Empezamos a vivir la semana más especial del año, en la que celebramos la pasión, la muerte y la resurrección de nuestro Señor Jesucristo, la manifestación de la plenitud del amor de Dios por ti, por mí, por la humanidad.
Imaginémonos gráficamente una multitud de personas esclavizadas, que viven en las tinieblas, que no se pueden dominar porque hay fuerzas externas e internas que les manipulan, que viven violentamente, amenazados o amenazantes unos con otros, que viven la sexualidad sin ordenarla al amor, ni al compromiso, que se dejan llevar por toda clase de extremos en la comida, en la bebida y en drogas, entre los que no existe ni el amor, ni la justicia, ni el respeto, ni el cuidado, ni la solidaridad, ni la honestidad, ni la paz, esa es la humanidad sin Cristo Jesús, la humanidad cuando no se deja penetrar del amor de Dios.
El Espíritu Santo ha venido siempre en nuestra ayuda, al inicio venía por boca de los profetas y personas que se dejaban tocar el corazón por Dios, que se abrían a sus leyes y a su amor, e iban alertándonos sobre las consecuencias sobre nosotros mismos y sobre los demás, cuando nos dejamos llevar por el pecado. Pero el pueblo que venía preparando Dios, incluso sus guías y maestros, se quedaron en el cumplimiento de normas y no lograban captar lo esencial del amor, la misericordia, el perdón, tergiversando el sentido de las leyes de Dios.
Dios nos envió a su propio Hijo, para traernos la luz y explicarnos con su vida, el verdadero sentido de la fidelidad a sus mandamientos, aun sabiendo que iban a matarlo porque tenían el corazón endurecido y no lograban identificarlo como el Mesías prometido, que ellos esperaban. Lo asumió en su infinito amor y entregó su vida por la salvación de la humanidad, por la redención de nuestros pecados, abriéndonos a la esperanza, de una vida sin muerte eterna, en la que la muerte es solo el paso a la vida plena con Dios. Si abrazamos a Jesús y a su cruz, podremos conquistar los bienes maravillosos que nos permiten ser verdaderamente felices, aun en medio de las vicisitudes de la vida, contribuir con su gracia a construir un mundo mejor y disfrutar de la vida eterna en la plenitud del amor.
Jesús permanece en medio de nosotros, en su Iglesia, en su Palabra, en los Sacramentos, en cada persona con la que nos relacionamos, su Espíritu Santo nos transforma, nos da la paz y nos hace nuevas creaturas, perdonándonos, iluminándonos para que vivamos de acuerdo a la voluntad de Dios.
¡Dios, que aprendamos a amar, dejándonos amar por ti y comprendiendo la magnitud de tu amor expresado en la cruz! Que María quien vivió colmada de tu amor en tu vida, pasión, muerte y resurrección, nos enseñe a amarte y comprenderte: “Mi mandamiento es este: Que se amen unos a otros como yo los he amado a ustedes. El amor más grande que uno puede tener es dar la vida por sus amigos”. Jn 15,13