Las lecturas de hoy* son hermosas, nos muestran cómo actúa Jesús en el alma de una persona cuando se abre a su gracia. En el evangelio vemos una pedagogía de sanación a un ciego de nacimiento. Jesús nos cura la ceguera a que nos somete el pecado. El peor pecado es creer que no necesitamos a Dios para ver el mal con claridad.
El ser humano se convierte cuando reconoce que estaba actuando lejos de las leyes de Dios y permite que Jesús le quite la ceguera en su alma, y al descubrir el amor de Dios, procura agradarle con obras de bondad, santidad y verdad, transformándose en hijo de la luz, nos recuerda San Pablo.
En la vida cotidiana vemos cómo personas que han actuado mal, en contra de su propia integridad o la de otros, se arrepienten gracias a la obra de la gracia, por conversión del corazón a Dios, y dicen con dolor, ¿cómo podía ser yo tan ciego y no darme cuenta que esto me hacía daño o que hería a otras personas o que era ciega ante sus necesidades?… porque la ceguera a la que nos somete el pecado es absurda y genera mucho mal, falta de amor e indiferencia para trabajar por el bien en el mundo.
Jesús nos mostró que todos necesitamos conversión, nos llama a despertarnos del sueño en que nos pone el pecado, porque el mal mata el alma y nos paraliza frente al trabajo por el mundo de justicia, paz y amor. Cuando alguien experimenta la dicha de ver, con los ojos de la fe, la comparte y va aprendiendo a vencer el pasivismo y la indiferencia frente a las necesidades de los demás, procurando trabajar por contribuir en sus soluciones, de acuerdo a los dones o talentos que Dios le regala. “Despierta, tú que duermes, levántate de entre los muertos, y Cristo será tu luz.” Si le permitimos a Jesús que nos cure, buscaremos vivir lo que agrada a Dios.
Gracias a la acción de la gracia sobre la vida de muchos, vemos cómo personas que antes eran proabortistas están transformadas en personas que hoy en día trabajan con ahínco por la defensa de la vida, con pasión, con entusiasmo, con coraje y así, muchos que hoy defienden con valor los mandamientos de Dios, en algún momento, han permitido que Dios les cure alguna trasgresión a ellos. Hasta los santos nos dan testimonio de cómo eran ciegos antes de su conversión, sin caer en cuenta que se perjudicaban a sí mismos con el pecado, porque se perdían de las maravillas que ofrece Dios.
Necesitamos actualizar nuestro bautismo en todos los momentos de nuestra vida, revisando constantemente nuestra conciencia y permitiendo que se lave con la confesión, la penitencia y reforzándonos con la Eucaristía, puesto que es el propio Jesucristo quien actúa en los sacramentos, para que Él, quien es la luz del mundo y nuestro pastor, nos cure la ceguera y nos haga hijos de Dios y herederos de su Reino.
1Sam 16,1b.6-7.10-13ª; Ef 5,8-14: Jn 9,1.6-9.13-17.34-38: Sal 22