Los seres humanos estamos siempre buscando la felicidad. Las lecturas de hoy son una guía para encontrarla y vivirla. La felicidad está en la comunión con Dios. La felicidad está en el bien, la belleza, el amor, la bondad. Dice la oración colecta: “Estén firmemente anclados nuestros corazones donde se halla la verdadera felicidad”.
Las personas estamos contaminadas por nuestro egoísmo, soberbia, vanidad y demás males, y necesitamos de la fuente del bien que es Dios. Él nos purifica y nos llena de su presencia. Él ennoblece nuestras intenciones, transforma nuestros corazones.
En la primera lectura Josué cuestiona al pueblo sobre si desea o no servir al Señor, él y su familia habían decidido servirlo. Para estar con Dios necesitamos tomar la decisión. A veces lo hacemos como una costumbre y no optamos por Él desde el fondo del corazón.
Dice Josué: “Bendeciré al Señor a todas horas, no cesará mi boca de alabarlo. Yo me siento orgulloso del Señor”.
En la segunda lectura San Pablo se refiere a la comunión de amor entre los esposos y hace un paralelo con la unión profunda de Cristo con la Iglesia. Comunión de amor que implica obediencia, entrega mutua, confianza. Cristo se entregó para santificarnos y purificarnos con el agua y su Palabra y así nuestra alma se vaya transformando en su amor. Esa comunión de amor es felicidad.
Por último en el evangelio nos muestra San Juan cómo mucha gente no entendía las palabras de Jesús, no aceptaban que su carne era nuestra comida y su sangre nuestra bebida y algunos dejaron de seguirlo y él cuestiona a los apóstoles si ellos también desean dejarlo y San Pedro contesta: “Tus palabras, Señor, son espíritu y vida. ¿A quién iremos? Sólo Tú tienes palabras de vida eterna”.
Allí está la clave, la felicidad que nos ofrece Dios en su infinito amor es algo que no acaba, que perdura, que vive siempre en nosotros, ni la muerte podrá acabarla. Es una felicidad que se traduce en esta vida en optimismo, desarrollo personal, buenas relaciones con los demás, en la que incluso las circunstancias difíciles son aprovechadas como oportunidades de crecimiento. Es una vida centrada en el amor, sin apegos, viviendo todo como paso para ser mejores personas y contribuir más en la vida de los demás. Es una felicidad estable que se manifiesta en los momentos tristes o alegres porque están anclados en un sentido de vida que permanece.
Que nada ni nadie nos separe del amor de Dios, para que experimentemos la felicidad plena, que aprendamos a amarlo con todas las fuerzas de nuestra alma, así como al prójimo y a nosotros mismos.
Jos 24, 1-2. 15-17. 18; Sal 33; Ef 5, 21-32; Jn 6, 55. 60-69