Las lecturas de hoy nos ayudan a reflexionar sobre el valioso regalo del perdón que nos trae Jesucristo a nuestras vidas y a la vez nos invita a practicar el perdón a los demás cuando nos han ofendido, procurando estar siempre libres de rencillas, resentimientos, deseos de venganza y llenos de nobles sentimientos hacia los demás, deseándoles siempre la conversión y el bien para sus vidas.
El ser humano tiende muchas veces a querer vengar los males que recibe, le cuesta trabajo perdonar las ofensas, por eso necesitamos recordar que Cristo murió por nuestros pecados, nos perdona cuando acudimos a Él pidiendo misericordia, luego él nos invita a que hagamos nosotros lo mismo con los demás.
Entre las obras de misericordia están las de perdonar las injurias y la de sufrir con paciencia los defectos del prójimo, Jesús las vivió a plenitud y su evangelio es una constante invitación a imitarlo.
El perdón es fuente de gracia, devuelve la dignidad a quien es perdonado y al mismo tiempo, ofrece paz en la conciencia y alegría en el corazón. Este tiempo de cuaresma, es tiempo especial para meditar sobre nuestra vida, para buscar el perdón de nuestros pecados mediante la confesión y participar así con mayor gozo de la alegría de la resurrección. El perdón de Cristo nos restaura la vida, nos hace nuevas personas, nos purifica, nos redime, nos otorga la gracia y nos hace partícipes de la vida eterna.
El pecado de la soberbia es el que nos impide reconocernos pecadores delante de Dios. Por eso de los dones y virtudes que más debemos pedir y trabajar es el de la humildad, para siempre comprender que el mal ofende a Dios porque nos creó a su imagen y semejanza por amor y para amar y que regresar a él y pedir su perdón, nos retorna la gracia, nos devuelve la dignidad de hijos, hermanos en Cristo Jesús.
Nos recuerda el papa Francisco que Jesús sabe lo que hay en el corazón de cada hombre, quiere condenar el pecado, pero salvar al pecador, y desenmascarar la hipocresía.
En el evangelio de hoy en el que se relata el episodio de la mujer adúltera presentada a Jesús por los fariseos para ponerlo a prueba frente al cumplimiento de la ley que obligaba a apedrearla hasta la muerte, Jesús les responde: “Aquel de vosotros que esté sin pecado, que le arroje la primera piedra”. Estas palabras derrumban la hipocresía que imperaba y abre las conciencias a la justicia del amor. Absuelve a la mujer de su pecado, llevándola a una nueva vida, orientada al bien, con las palabras que resuenan cuando acudimos al sacramento de la confesión: “Tampoco yo te condeno; vete y en adelante no peques más”.
Que María, la llena de gracia, nos ayude a estar abiertos para recibir de Dios su perdón y a estar dispuestos a perdonar a quienes nos ofendan, procurando vivir en el bien y el amor.
Is 43, 16-21; Sal 125; Fil 3, 7-14