Las lecturas de hoy*  se centran en la felicidad. Dios nos sugiere un modo de ser felices diferente al que nos propone el mundo. El mundo presenta  paraísos falsos, espejismos de felicidad,  en el poder, en el placer  y en el tener, como fines en sí mismos  y Dios nos propone la felicidad basada en la humildad, en la que el poder, el placer y el tener son medios al servicio del bien común. Dios no mide la importancia de las personas por sus conquistas personales en estos ámbitos,  sino por la humildad del corazón, porque solo los humildes y pobres de Espíritu saben supeditarse a Dios y a sus mandamientos y buscan por encima de todo,  el bien, el amor,  la justicia,  la paz,  la verdad, sin temer a los sacrificios, sufrimientos o persecuciones  que se puedan originar por luchar por estos grandes ideales,  porque les motiva la esperanza en el Reino de Dios. “Busquen al Señor, ustedes los humildes de la tierra, los que cumplen los mandamientos de Dios. Busquen la justicia, busquen la humildad”*.

Cuando el ser humano se deja llevar por lo que le propone el mundo,  por la debilidad humana  y el pecado, comete injusticias, se deja corromper,  abusa del poder, falta a la pureza de intención y de acción, lo que genera infelicidad. La corrupción se  manifiesta en todos los ámbitos en los que se quiere marginar a Dios y a los valores cristianos en la forma de vivir de las personas, familias, instituciones y comunidades. Jesús nos indicó el camino de la integridad y Él sigue invitándonos a convertirnos por medio de su gracia y a seguirlo para que conquistemos la verdadera felicidad.

Jesús llama bienaventurados a los humildes porque ponen su confianza en Dios y cumplen sus mandamientos;  a quienes viven metas superiores de justicia y paz;  a quienes sufren penas, dificultades o injusticias por trabajar por el bien, porque serán consolados;  a los misericordiosos porque obtendrán misericordia; a los de corazón limpio, porque podrán  contemplar a Dios.

Jesús vive todas las bienaventuranzas y nos brinda un gran ejemplo: Humilde y sencillo, siempre en comunión con su Padre,  en oración constante al tomar sus decisiones,  realizando todo por amor, siempre haciendo el bien, sanando, curando, alimentando el cuerpo y el espíritu de quienes le rodean, enseñando los caminos de justicia, paz,  verdad y amor. Sin embargo, es perseguido hasta la muerte. Él elige santamente ofrecer su vida por el bien de todos. Después de su resurrección, podemos apreciar su poder y su gloria y cómo va transformando a quienes lo aman, conocen, escuchan y siguen. 

Seguir a Jesús es la mayor fuente de felicidad, en esta vida y en la vida eterna.  

*Sof 2, 3; 3, 12-13; Sal 145;  Co 1, 26-31; Mt 5, 1-12

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *