El libro de Sabiduría, nos relata hoy sobre  unos malvados que le hacen injusticias a alguien bueno, retando que si Dios está con él lo rescatará. Luego el Salmo nos reconfirma que nuestra esperanza está en Dios, frente a las injusticias, Dios está a nuestro lado, Él es quien nos ayuda, da la fortaleza para resistir la prueba y mantener el corazón libre de males y amarguras.

Frente a Dios pierde más quien comete la injusticia que quien la recibe. El mal es dañino en sí mismo y si no se arrepiente y convierte quien obra el mal, en últimas se hará justicia divina y ante Dios nadie puede engañar, la verdad prevalece. Quien recibe una injusticia, puede unirla a la cruz de Cristo y transformarla en fuente de redención. Dios nos muestra en Jesucristo como  sufrió injustamente condena, maltrato y crucifixión, siendo completamente inocente, habiendo pasado su vida haciendo el bien, sirviendo, ayudando, sanando, enseñando, compartiendo su amor. Su victoria está en la resurrección y la redención del ser humano.

Dios nos invita a discernir siempre el bien. A no tomar las decisiones solo por las consecuencias humanas sino siempre guiados por la ley divina, sabiendo que Dios está siempre a nuestro lado.

Nos dice el Catecismo de la Iglesia Católica: “En lo más profundo de su conciencia el hombre descubre una ley que él no se da a sí mismo, sino a la que debe obedecer y cuya voz resuena, cuando es necesario, en los oídos de su corazón, llamándole siempre a amar y a hacer el bien y a evitar el mal… El hombre tiene una ley inscrita por Dios en su corazón… La conciencia es el núcleo más secreto y el sagrario del hombre, en el que está solo con Dios, cuya voz resuena en lo más íntimo de ella”.

El apóstol Santiago hace un llamado a no dejarnos llevar por la envidia, la violencia, el odio y el rencor, invita a sembrar paz y cosechar frutos de justicia.

Jesús en el evangelio nos llama a la sencillez, a la humildad, al servicio y a acoger a los niños,  dice: “Si alguno quiere ser el primero, que sea el último de todos y el servidor de todos”…“El que reciba en mi nombre a uno de estos niños, a mí me recibe”. 

Tanto mal en el mundo muestra falta de prudencia y sabiduría, que no meditamos suficientemente las consecuencias de nuestros actos a la luz de la ley natural y divina. El ruido, la prisa, el estrés, la búsqueda del confort, las bajas pasiones, dificultan el discernimiento. Dios nos sigue llamando en su infinito amor a discernir el bien, la verdad, el amor, unidos a él de corazón, para decidir siempre lo más conveniente, lo más sano, lo mejor, lo más edificante para nuestra vida eterna y la de los demás. 

Sab 2, 12. 17-20; Sal 53; Stgo 3, 16—4, 3; Mc 9, 30-37

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