Jesucristo prometió permanecer con nosotros hasta el final de los tiempos y lo hace a través de su Espíritu Santo. Ese mismo Espíritu que habitaba plenamente en Él, en su vida mortal, ahora nos acompaña sin las limitaciones del tiempo y del espacio y continúa iluminándonos, transformándonos, estimulándonos, dándonos consuelo, sosiego en las horas difíciles, paz interior y con los demás, entusiasmo y amor para llenar nuestra vida.
“Ven Espíritu Santo”, repetimos hoy en las lecturas*. Dios en su Palabra nos dice que su Espíritu Santo es el mayor don, el mayor regalo que podamos recibir.
En oración, podemos conformarnos con pedir y agradecer cosas menores: salud, prosperidad, que se nos resuelva alguna situación que estemos viviendo y se nos puede olvidar pedir y agradecer el mayor don, la fuente de todos los bienes, el Espíritu del Señor, fuente de sabiduría, entendimiento, piedad, respeto por las cosas de Dios, ciencia, consejo, fortaleza, que produce en nosotros frutos de consuelo, amor, paz, benevolencia, magnanimidad, paciencia, mansedumbre, bondad, fidelidad, longanimidad, dominio propio, gozo.
Es el Espíritu Santo el que transforma los corazones de quienes escuchan abiertamente las Sagradas Escrituras, ayudando al arrepentimiento de los malos propósitos, intenciones, pensamientos, sentimientos y acciones. Es el que nos permite aceptar a Jesús para que nos lave nuestras impurezas con su sangre preciosa derramada en la cruz.
El lenguaje del Espíritu es el respeto, el amor, la aceptación, la comprensión; Dios no irrumpe en nuestra alma, sino que si le abrimos el corazón, va poco a poco mostrándonos todo lo que desde nuestro interior nos hace infelices, nuestro pecado, y con su perdón, nos ayuda a conquistar la libertad, la felicidad desde el fondo del alma, que vino a regalarnos.
Dios no nos quita libertad, por el contrario, la restaura. La acción del Espíritu Santo nos regala un espíritu libre, sin apegos, iluminando cualquier realidad que vivamos, con la esperanza cierta en su amor, su acompañamiento, su misericordia, su ternura, y, de cualquier situación vivida con Él, saca frutos positivos de santidad, justicia y amor, propiciando la unidad, iluminándonos en la transformación de nuestra historia y la de la sociedad.
Pidamos el don maravilloso del Espíritu Santo para que Dios limpie nuestro corazón y nos lleve a proclamar con gratitud las maravillas que Dios obra en nuestras vidas con amor, renovándonos y llenándonos de verdadera alegría y felicidad e irradiándolos a los demás. ¡Ven Espíritu Santo y llénanos del fuego de tu amor!
¨*Hch 2, 1-11; Sal 103; Co 12, 3-7. 12-13; Jn 20, 19-23