El viernes celebramos a la virgen de la Candelaria con la presentación de Jesús en el templo*. Tengo muy gratos recuerdos de estos días previos y de la fiesta de la Candelaria, en tiempos de mis abuelos. Mi abuelita se dedicaba con mucho amor a esta celebración y en compañía de muchas familias alrededor de la Popa organizaban esta hermosa fiesta, exaltando su importancia y haciendo que los niños de entonces, tuviéramos una experiencia de fe, de esperanza, de amor, compartiendo en familia y comunidad de manera especial, alrededor de la devoción a la Virgen María, que presentaba su hijo a Dios y llevaba la luz al mundo.
Las lecturas de este día hacen énfasis en que todos los que se reúnen en el templo ese día son “impulsados por el Espíritu Santo”. En obediencia a la ley, María, José y el niño; “aquellos santos ancianos, Simeón y Ana, e iluminados por el mismo Espíritu, reconocieron al Señor y lo anunciaron jubilosamente a todos”. Dijo Simeón: “Señor, ya puedes dejar morir en paz a tu siervo, según lo que me habías prometido, porque mis ojos han visto a tu Salvador, al que has preparado para bien de todos los pueblos; luz que alumbra a las naciones y gloria de tu pueblo, Israel”. Le dijo a María: “Este niño ha sido puesto para ruina y resurgimiento de muchos en Israel, como signo que provocará contradicción, para que queden al descubierto los pensamientos de todos los corazones. Y a ti, una espada te atravesará el alma”.
“Ana, se acercó dando gracias a Dios y hablando del niño a todos los que aguardaban la liberación de Israel”.
Nosotros podemos vivir la misma experiencia que tuvieron Simeón y Ana y encontrarnos con el niño Jesús y su madre en el templo. El sigue en medio de nosotros, irradiando su Espíritu, para que vivamos la salvación y la liberación que nos vino a traer. Sólo Él tiene poder sobre los espíritus inmundos, como lo describe el evangelio de hoy*, puede cambiar el dominio que pueda tener el mal, el error, el pecado, la muerte, sobre nosotros y, con su Espíritu, impulsarnos a vivir en el amor, la paz, la verdad, la defensa de la vida y de la familia.
Así como “el niño iba creciendo y fortaleciéndose, se llenaba de sabiduría y la gracia de Dios estaba con él”, invitemos al Espíritu Santo para que nos ilumine y acompañe y podamos ir creciendo en gracia y sabiduría y podamos trabajar por el Reino que Él instauró entre nosotros.
En este mundo tan lleno de antivalores, dejémonos impulsar por el Espíritu Santo, para estar siempre listos a devolver el bien ante el mal. Presentemos nuestros hijos a Dios para que vivan la felicidad de la fe, la esperanza y el amor a Dios y a los demás, alrededor de nuestra Madre, la virgen de la Candelaria.
*Mal 3, 1-4; Sal 23; Lc 2, 22-40; Mc1, 21-28