La vida es un camino de santidad. Esa es la meta, que cada día con la ayuda de la gracia, vayamos caminando hacia Dios, siendo mejores personas incorporando los valores eternos en nuestro carácter, permitiendo que el Espíritu Santo nos vaya guiando nuestras conciencias y vaya purificando nuestros pensamientos, intenciones, sentimientos, motivaciones, actuaciones, en medio de las realidades cotidianas internas, familiares, laborales y sociales.
Si intentamos ser santos solamente por nuestros propios medios, corremos el peligro que el enemigo de las almas nos presente un mal con apariencia de bien y nos dejemos cautivar. El mal empieza sigilosamente, muy poquito a poquito y más tarde puede seguir ganando terreno en nuestras vidas. Todo pecado empieza por la soberbia de creernos que podemos ser buenos sin necesidad de Dios. Requerimos de la comunión con Dios para no relativizar sus leyes y dejarnos lavar por la sangre de Jesús.
La virtud de la humildad nos lleva a reconocer que Dios es la fuente de todo bien, solo en su Amor podemos llenar las ansias del corazón y vivir según las bienaventuranzas, para construir el mundo de justicia y paz.
Por eso Dios nos enseña que el principal y primer mandamiento es “Amarlo sobre todas las cosas, con todo nuestro corazón, con nuestra alma, con todo nuestro ser” *. Después que Él ocupe el primer lugar en nuestro corazón, es Él quien, a través de nosotros se esparce en amor sobre los demás y nos anima a cultivar las virtudes en nuestra alma.
Así lo descubrió Zaqueo en el evangelio* de hoy. Se montó en un árbol para ver a Jesús y Jesús al verlo le dijo: “conviene que hoy me aloje en tu casa”. Asomémonos a conocer a Jesús, para que Él se aloje en nuestros corazones, en nuestra familia, en nuestra sociedad. Zaqueo inmediatamente se llenó de felicidad, se convirtió, cambió de vida. Empezó a vivir en la justicia y el amor. Se dio cuenta que todos los bienes son pequeñeces en comparación a tener la amistad de Jesucristo. Su Espíritu Santo, todo lo recrea, lo renueva, lo llena de gracia y bendición.
Jesús sigue vivo y resucitado en medio de nosotros. Nosotros seguimos siendo los Zaqueos del momento. Los que necesitamos conocer más a Jesús y darle espacio para que se aloje en nuestras casas. Jesús ayudó a Zaqueo a sanar sus pecados, a renovarle el deseo de hacer el bien, lo llenó de esperanza de vida eterna. Lo mismo hace con nosotros.
Permitamos que el Espíritu de Jesús nos vaya santificando, renovándonos y a nuestro alrededor. “Jesús vino a buscar a todos los que estaban perdidos”, nos sigue buscando en estos tiempos también, para darnos su perdón, su misericordia, su amor.
*Dt 6, 4-5; Mc 12, 28-30; Lc 19, 1-10;