¿Desde hace cuánto tiempo no hemos tenido un encuentro de corazón a corazón con Jesús? A veces repetimos las oraciones, pero nuestros corazones no están conectados con Dios, como persona real con quien conversamos, de quien aprendemos los secretos de la Sabiduría, mediante su mayor tesoro, su Espíritu Santo, vivo en medio de nosotros.

 Busquemos momentos de soledad, entremos en el propio corazón e invoquemos al Espíritu Santo, para contarle nuestros retos para ser mejores personas, los dolores y las alegrías, para pedirle sus luces y ofrecerle nuestra vida para que su voluntad se manifieste en nosotros. Él quiere llevarnos a la mejor versión de nosotros mismos, que solo la descubrimos si nos llenamos de su presencia.

Dios es cercano, se expresa en lo cotidiano, en la vida de familia, las amistades, el ambiente de trabajo, en medio de la comunidad. A Él le interesa todo lo que nos sucede y quiere que seamos felices. Nadie más que Él sabe lo que de verdad llena nuestro corazón.  Afirmaba San Agustín: “nos hiciste, Señor, para ti, y nuestro corazón está inquieto, hasta cuando descanse en ti”. 

Él nos enseña que la felicidad está en el amor y en la realización del bien, en la libertad de la vida de la gracia, cuando recibimos su perdón y misericordia y le ofrecemos lo mejor de nosotros mismos para servir a los demás. Él nos inspira valentía, amor y dominio propio, dice San Pablo en las lecturas de hoy*.

Lo descubrimos en el silencio del corazón, en el acontecer de la vida diaria, en los sacramentos y al leer su Palabra. Cuando somos conscientes de su amor infinito por cada uno, experimentamos una gratitud inmensa, un gozo inigualable porque reconocemos que Él nos busca, nos llama, nos cura, nos sana, nos libera, nos fortalece, nos redime, nos santifica.

 Repitamos siempre desde el fondo de nuestra alma: “Señor creo y confío en ti, pero acrecienta mi fe”.   Ayúdanos a tener una fe, así sea como un grano de mostaza, para encontrar el sentido profundo de nuestra existencia, derrumbar los muros que impiden que el reino de Dios se instaure en nuestras vidas y encontrar siempre un motivo en el amor a Dios, para entregarnos con mayor fuerza a su servicio. 

Este mes de octubre, es un mes en el que recordamos a grandes santos como Francisco de Asís y de Borja, Teresita del niño Jesús, Teresa de Ávila, Faustina, Laura; celebramos a Nuestra Señora del Rosario, por lo que meditamos muy especialmente el Rosario, reviviendo los misterios de Jesús en nuestra propia vida, de la mano de María; es el mes de las misiones, en el que recordamos que nuestro principal talento para compartir es el de la fe en un Dios vivo, que nos ama, que se hace camino, verdad y vida para llevarnos hacia Él. Vivamos de corazón a corazón, nuestra hermosa fe.

2 Tim1, 6-8

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