Existe una comunidad que cuenta con un gran sabio, generoso y atento, quien ofrece siempre el consejo apropiado, recomienda lo que es más bueno, lo que origina más efectos positivos en la persona y a los demás;  incluso, si alguien padece alguna dolencia, sólo visitarlo a él, es el mejor remedio; si la persona se siente insegura le reconforta interiormente de tal forma que se transforma en alguien valiente y echado hacia adelante; tiene gran sentido del humor, reparte a todos grandes dosis de alegría; ayuda a despertar la conciencia para que la persona sane sus recuerdos, sus  actuaciones egoístas contrarias al bien de los demás, faltas de perdón y resentimientos y, con su amor y misericordia, ofrece una sanación profunda y verdadera paz y gozo interior; acompaña con sus dones el esfuerzo personal de acrecentar las virtudes, luego es súper efectivo para que las personas logren la excelencia, se dediquen a amar, servirse mutuamente y participen del secreto de la inmortalidad y felicidad. 

A pesar de todas esas maravillas, hay muchas personas que no les gusta acudir al sabio porque piensan que no lo necesitan, piensan que lo ideal es ser autosuficientes y les cuesta trabajo ahondar en su interior para descubrir sus necesidades profundas, están satisfechos con lo que el mundo les ofrece o están muy ocupados en sus afanes diarios. Aunque algunos son aparentemente buenos y exitosos, no logran impactar mucho la vida de los demás porque no irradian el amor del sabio y no viven con sentido de eternidad. Otros, se consideran sus enemigos porque les parece que es mejor hacer las cosas contrarias al bien y endurecen el corazón para no ser sensibles ante las necesidades de los demás.

 El sabio motiva el desarrollo de lo mejor de cada uno, anima a desarrollar los talentos, compartir y ser sus instrumentos para llevar a todos sus bienes. 

Poco a poco este sabio va llenando la comunidad de amor; todos están pendientes del bienestar de todos. Desde su libertad de amor, establecen prioridades para atender siempre a quienes más los necesiten, buscando una vida digna para todos.

Ese sabio existe, está vivo y disponible en medio de nosotros, es Jesucristo, el Hijo de Dios, nuestro eterno y sumo sacerdote. Nos ama profundamente a todos. Quiere regalarnos a todos la felicidad plena y eterna, para eso se entregó como víctima expiatoria de nuestros pecados y después de resucitar, nos envía su Espíritu Santo y nos lleva de regreso a Dios Padre. 

Abramos el corazón para conocerlo y dejarnos amar por Él y responderle con amor: “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón y con toda tu alma, con todo tu espíritu y con todas tus fuerzas” *, y de esa unión con Dios, nos amaremos unos a otros. 

*Dt 6, 2-6; Sal 17; Hb 7, 23-28; Mc 12, 28b-34

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