Los tiempos que vivimos son tiempos especiales en los cuales unas de las decisiones más importantes que realizamos es sobre lo que escuchamos, vemos y leemos. Son las fuentes desde las cuales se alimenta nuestra mente y corazón. Por eso es muy importante saber escuchar y seleccionar lo que nos ayuda a ser mejores personas, unidos a Jesucristo, quien es el único que tiene palabras de vida eterna y felicidad plena. 

Jesucristo nos libera de la sordera del corazón*. Él nos dice a través del profeta Isaías que seamos fuertes y no tengamos temor. Porque Él quita nuestra ceguera, sordera, y mudez y nos hace saltar quitando nuestras parálisis.

Aunque Él cura literalmente también a los ciegos, sordos, mudos, paralíticos, su sanación es mucho más profunda, sana el corazón.  A veces somos sordos a la verdad espiritual de nuestra vida, no escuchamos el mensaje de Jesús relacionado con las realidades de nuestra conciencia porque estamos muy distraídos o en los afanes y preocupaciones de la vida, con el estrés que tanto daño nos hace, o porque no le dedicamos tiempo a la oración, a meditar la Palabra, a estar con Él, a silenciarnos.  Si no compartimos tiempo con Él, no podemos escucharlo.

En el evangelio de hoy Jesús cura a un sordomudo. Dicen algunos de sus contemporáneos: «Todo lo ha hecho bien; hace oír a los sordos y hablar a los mudos.» Pidámosle que nos cure también nuestra sordera y mudez: “Y, mirando al cielo, suspiró y le dijo: «Effetá», esto es: «Ábrete.»”. Si Jesús abre nuestros oídos, escuchamos al Espíritu Santo.

Así, con nuestros oídos abiertos escucharemos su voz, nos haremos conscientes que somos hijos amados de Dios, que podemos confiar en Él para ganarnos la vida eterna, una vida que empieza desde esta existencia terrenal, experimentada desde nuestro corazón. Así escucharemos mejor al que es víctima de injusticias y atenderemos sus reclamos; cuando veamos a alguien necesitado lo veremos a Él, cuando alguien requiera un consejo, lo encontrará en nosotros, porque será el Espíritu Santo quien lo escuche y le hable. Podremos entonces predicar la Palabra de Dios sin temores, sin respetos humanos, porque sabemos que es el tesoro más valioso que podemos compartir, porque es la fuente de la vida, de la gracia, de la paz, de la felicidad, del amor. 

Bendigamos y alabemos a Dios por todas las maravillas que hace con los necesitados de justicia, pan, liberación, salud, vida. Reconociendo la grandeza de Dios en nuestras vidas, seremos lo suficientemente humildes para escucharlo, dejarnos llenar de su gracia y de todos los dones y bendiciones que nos ofrece y nos pondremos al servicio de su Reino que requiere de más obreros para que más almas puedan llegar a Dios. 

*Is 35, 4-7ª; Sal 145; San 2, 1-5; Mc 7, 31-37

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