De acuerdo con nuestra meta en la vida, dependerán las decisiones que tomemos en el día a día respecto de nuestros valores, pensamientos, actitudes, comportamientos. Es nuestra meta final: ¿El cielo, nuestra comunión con Dios, o nos conformamos con éxitos temporales?

Las distintas filosofías y religiones nos plantean diferentes estilos de vida para lograr nuestras metas, algunas poniendo la atención en los logros terrenos y otras en aspectos más espirituales. La religión católica integra lo terreno y lo espiritual, gracias al testimonio de Jesucristo, verdadero hombre y Dios. 

Dios mismo nos nutre en el camino de la vida para que podamos con la ayuda del Espíritu Santo llegar hacia Él. Cada una de las lecturas de hoy nos muestra las diversas formas como Dios nos provee el alimento de diversas formas: el pan físico, la Palabra de Dios, la oración, el testimonio de los santos, sus sacramentos, la comunidad de la Iglesia.

Las lecturas de hoy* nos relatan la historia del profeta Elías, a quien le tocó enfrentarse a quienes creían en falsos dioses y con su valentía y testimonio pudo vencerlos con pruebas contundentes de la supremacía de Dios. A pesar de demostrarlo de manera evidente, las autoridades lo perseguían porque él denunciaba el comportamiento inmoral que ellos vivían. Llegó un momento en que Elías quiso tirar la toalla y salió huyendo, pero un ángel de Dios le proveyó alimento y le dijo: “«¡Levántate, come!, que el camino es superior a tus fuerzas.» Elías se levantó, comió y bebió, y, con la fuerza de aquel alimento, caminó cuarenta días y cuarenta noches hasta el Horeb, el monte de Dios”.

El Salmo nos recuerda que cuando alguien es fiel a Dios, Él lo acompaña en todos sus caminos: “Gustad y ved qué bueno es el Señor, dichoso el que se acoge a Él…El ángel del Señor acampa en torno a sus fieles y los protege”.

San Pablo nos anima a vivir en el amor, que desterremos la amargura, la ira, los enfados e insultos y toda la maldad. Que estemos listos para la meta final, nuestra liberación del mal. Por eso nos invita a no poner triste al Espíritu Santo de Dios: “Sed buenos, comprensivos, perdonándoos unos a otros como Dios os perdonó en Cristo. Sed imitadores de Dios, como hijos queridos, y vivid en el amor como Cristo os amó y se entregó por nosotros a Dios como oblación y víctima de suave olor”.

El evangelio nos muestra el alimento por excelencia: la Eucaristía, que nos da la fuerza para avanzar en la vida en comunión con Dios y nos reta a dejarnos transformar por Él para llevarnos a nuestra meta final. Nos dice Jesús: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo; el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”.*1 Re19,4-8; Sal 33,2-3.4-5.6; Ef 4,30–5,2: 7.8-9; Jn 6,41-51

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