En la medida que leemos y meditamos en la historia de la salvación del ser humano dirigida por nuestro Dios, uno se siente más invitado a la gratitud y a la acción como respuesta a tanto amor expresado de tantas maneras, a pesar de que no hemos correspondido de manera consecuente a tanto que hemos recibido de Él.
En esta época en la que contemplamos la finitud de la vida terrena y lo frágiles que somos, es tiempo de volver a Dios quien nos regala la fortaleza que viene con la certeza que, con Él, no morimos, sino que cambiamos a una vida todavía mejor.
Las lecturas de hoy nos invitan a la gratitud con Dios por enviarnos a su Hijo Jesucristo y nos invitan a unirnos a Él en su evangelización para que muchos aprovechemos todos sus bienes espirituales y celestiales. Hoy San Pablo nos explica que Dios quiere facilitarnos que seamos santos e irreprochables en el amor: “por este Hijo, por su sangre, hemos recibido la redención, el perdón de los pecados. El tesoro de su gracia, sabiduría y prudencia han sido un derroche para nosotros, dándonos a conocer el misterio de su voluntad*.
Nosotros muchas veces nos pasamos regateando con Dios queriendo incumplir sus mandamientos porque le damos prioridad a la satisfacción de nuestras aparentes necesidades o caprichos y no nos damos cuenta de que somos nosotros mismos los perjudicados porque estamos perdiéndonos de tantas bendiciones que Él nos ofrece que son la verdadera fuente de felicidad terrena y celestial.
Los tiempos modernos nos quieren presentar como normales muchas actuaciones humanas contrarias al bien, pero siempre estaremos llamados por Dios a cumplir sus mandamientos, a defender la vida, la familia, el matrimonio, la muerte natural, la dignidad humana, la integridad, como mejor camino para lograr la plenitud. Se promueve cada vez más el aborto, el crimen más horrible, como si fuera un derecho, la cultura antinatalista, la eutanasia, se les llama matrimonio a uniones irregulares, se promueven los embarazos subrogados, se legalizan vicios, todo eso nos va haciendo perder nuestra dignidad y tantas bendiciones que Dios nos ha regalado.
Nada vale más que la vida eterna. Participar de la gloria del cielo tiene que ser nuestra mayor aspiración. Todas las glorias y famas terrenas, todos los gustos y comodidades, se vuelven basura cuando pasa el tiempo, si esta no es coherente con la bondad, justicia, verdad, amor y gloria de Dios.
Seamos agradecidos con Dios como la Virgen María y animémonos en la tarea de seguir conociendo más el amor transmitido y vivido por nuestro Señor Jesucristo para iluminar nuestra existencia y para que podamos aspirar a los mayores bienes, vivir en comunión de amor con Él y con todos los justos de todos los tiempos.
*Am 7,12-15; Sal 84; Ef 1,3-14; Mc 6,7-13