Colombia está llamada a ser luz para las naciones. Unámonos a Dios para lograrlo. Los enemigos de Colombia hacen conjuros, hechizos, obras del mal. Solo los vencemos con el poder de Dios expresado en nuestras oraciones, nuestra unión de vida con Él, sus mandatos, sus sacramentos, su Pueblo, que fervientemente pone su confianza en Él. Necesitamos mucha coherencia porque a veces lo predicamos con la boca y la pluma, pero luego nos dejamos llevar por las tendencias negativas que nos dividen. Nosotros, solo podemos responder desde el perdón y con la única arma del amor y, aunque nuestra labor es en el silencio, la oración, la entrega a Dios, la vida coherente, el servicio entre unos y otros, con Dios y su Santísima Madre somos vencedores. 

Hoy celebramos la importante fiesta de la Santísima Trinidad. Un solo Dios integrado por el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, unidos en el Amor, una sola substancia, tres personas distintas, un solo Dios verdadero. 

Jesucristo antes de partir al Padre le pidió por nuestra unidad; hagamos realidad este hermoso deseo uniéndonos con Él en el Bien, el Amor, la Verdad, la Felicidad. 

¿Se imaginan lo que lograríamos en medio de la diversidad de talentos, dones, habilidades y características de cada uno, si actuamos todos unidos a Dios, siempre propiciando el bien de todos? ¡Sería lo máximo! Con Jesucristo no es una utopía. Si nos unimos a Él, podemos lograrlo. 

Esa es la maravilla de nuestra fe, es concreta, es real. Se vive desde el fondo del corazón y se expresa en todas las realidades de nuestra vida. 

En las lecturas de hoy*, Moisés afirma: “El Señor es Dios allá arriba en el cielo y aquí abajo en la tierra, y no hay otro. Guarda sus mandatos y preceptos, como hoy te los doy; así te irá bien a ti y a las generaciones futuras”. El Salmo dice: “Dichoso el pueblo que conoce al verdadero Dios. Él ama la justicia y el derecho, y su misericordia llena la tierra”. 

San Pablo nos recuerda que si nos dejamos llenar del Espíritu de Dios, somos sus hijos y nos da la potestad de llamarlo “Papito”, con confianza, con ternura, gracias a los méritos que Jesucristo ganó para nosotros. Él nos devuelve con su gracia, la inocencia original con la que Dios nos creó. No seamos tercos. No hay felicidad comparable con la de sentirse en comunión con Dios, bajo sus alas, bajo su protección y su mirada amorosa. 

Jesús nos dice: “Dios me ha dado pleno poder en el cielo y en la tierra, bauticen en el nombre del Padre, y del Hijo y del Espíritu Santo”. Nuestro bautismo y los demás sacramentos nos abren al gozo tan grande de poder participar de esa comunión de Amor, paz, alegría, plenitud con la Santísima Trinidad. 

*Dt 4, 32-34.39-40; Sal 32; Rm 8, 14-17; Mt 28, 16-20

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