Tenemos muchos desafíos que enfrentar como personas, familias, ciudad, nación y mundo. Desafortunadamente muchas veces nos concentramos en buscar solo las soluciones individualmente y somos ajenos a los problemas de los demás y a los de la sociedad en conjunto. Todos ganamos, cuando a todos nos va mejor.
Nuestro país tiene la fortuna de tener un gran presidente, quien actúa democráticamente con responsabilidad y honestidad, procurando realizar muchos proyectos que beneficien a la sociedad y especialmente a los más necesitados. Sin embargo, nuestra respuesta a veces no es la mejor. Actuamos queriendo que solucione los problemas pero que no nos toque a nosotros aportar algo para lograrlo. Entiendo que la situación es crítica para todos, sin embargo, podríamos tener una actitud más de búsqueda de soluciones conjuntas, que de rechazo.
El gobierno hace unas propuestas para ser analizadas de cómo salir de las vicisitudes en las que nos encontramos; se debe abrir un debate que plantee unas soluciones para los más vulnerables de manera integral, en la que les apoyemos a su productividad, que podamos salir del círculo vicioso de la pobreza y miseria y realmente podamos entre todos construir una sociedad más justa.
Podríamos construir una ruta de generación de desarrollo. Podríamos abrir una gran convocatoria para que todos nos vinculemos voluntariamente aportando recursos, tiempo, trabajo, talentos para que haya más bienestar y prosperidad general. El papa Francisco nos plantea un camino a través de su encíclica Fratelli Tutti. Desafiémonos a volverla realidad en nuestra patria.
El evangelio de hoy nos relata la hermosa parábola de la vid y los sarmientos. Jesús la vid, el Padre el viñador, nosotros los sarmientos. Nosotros podemos dar frutos si permanecemos en Él y cumplimos sus mandamientos, si no, somos una rama que poco a poco va perdiendo la vitalidad, porque no recibe la sabia y la luz de la gracia, del Espíritu Santo.
Formamos un cuerpo en la Iglesia que es la unión de los creyentes en Jesús; si trabajamos unidos a ella, podemos dar frutos en la edificación del Reino de Dios. Es un cuerpo místico en el cual Jesús es la cabeza y nosotros sus miembros. No nos perdamos de esa vitalidad que solo proviene de Dios. Vivamos como dice San Juan: “amemos, no solo de lengua y palabra sino con obras y de verdad”.
La Eucaristía es la cristalización de esa realidad de permanecer unidos espiritualmente a Jesús. Traslademos esa realidad a unirnos como sociedad y procurar entre todos el bien común. Así, lograremos la multiplicación de los panes y los peces, poniendo cada uno sus pocos panes y peces y permitiendo que Dios obre en nosotros el milagro del Amor.
*Hch 9, 26-31; Sal 21; 1 Jn 3, 18-24; Jn 15, 1-8