Algunos de los maravillosos dones que nos trajo Jesucristo, que nadie puede arrebatarnos, son la libertad interior, la paz y la alegría a quien crea en Él y viva según sus enseñanzas. Libertad y paz que surgen de la comunión con Él con coherencia del corazón a las leyes de Dios y coraje para enfrentar cualquier situación, dificultad o momento difícil.  La alegría y el gozo en el espíritu, que parten de sabernos amados profundamente por nuestro Padre del cielo, quien nos ha rescatado a través de Hijo de la esclavitud, tristeza y muerte que origina el pecado.

Las lecturas de hoy* nos muestran cómo en los tiempos de Jesús se le repudió a Él, quien era totalmente santo e inocente, y se dio libertad a un asesino como Barrabás. De todas formas, aunque Jesús murió crucificado, gozaba de total libertad interior y de la alegría y la paz que da el bien, el estar haciendo la voluntad de Dios y realizando la obra de la redención de la humanidad, mientras que quienes le acusaban, juzgaban y condenaban eran esclavos de sus pasiones, de su injusticia, de sus pecados y estaban actuando en deterioro de su propia libertad interior, vida y felicidad.

Jesús resucitado, sigue sirviéndonos en la Iglesia, su cuerpo místico. Sigue entregando su paz, como a los primeros discípulos; comparte con nosotros el pan eucarístico y nos sigue enseñando cómo Él es el centro de las escrituras y camino de nuestra redención. El gozo de los discípulos era tan grande, que los impulsaba a ser testigos de su amor, en medio del peligro de ser condenados y asesinados como Jesús, con toda la libertad interior que ofrecen la fe, la esperanza y el amor: “Se presentó en medio de ellos y les dijo:”¡Les traigo la paz!”… Era tanta la alegría y el asombro que no podían creerlo” *.

Esta semana nos ha golpeado la resolución que declara culpables a varias personas que se han entregado al servicio de la ciudad sin procurar beneficio personal de ello, trabajando para el bien común. Confío en la buena voluntad y honestidad con la que realizaron los actos de los cuales se les acusa. Solo Dios conoce la realidad de las cosas, confío en que todo se aclare y reine la justicia en las instancias pendientes. Se requiere de una justicia diáfana y eficaz que ofrezca garantías para ejercer cargos públicos a quienes no son amigos de lo ajeno y buscan con ese ejercicio servir a la ciudad o al país, al igual, que sea capaz de juzgar a los deshonestos que se lucran del ejercicio de sus funciones indebidamente. 

Invito a Judith, Vivian y demás inculpados que no pierdan la alegría, la paz y la libertad interior y oremos todos para que la justicia prevalezca. Los acompañamos de corazón en esta tarea. 

*Hch 3, 13-15.17-19; Sal 4; 1 Jn 2, 1-5ª; Lc 24, 35-48

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