En esta situación que estamos viviendo somos conscientes de la caducidad de nuestra vida en la tierra. Basta un pequeño virus invisible para cambiar muchas de nuestras costumbres y nos muestra de manera cercana las posibilidades de nuestra muerte. 

Esto nos lleva a plantearnos las prioridades humanas, el por qué y para qué de la existencia, lo que está vigente, sean cuales sean las circunstancias, el sentido de nuestra vida, que sólo descubrimos cuando incluimos a nuestra amiga la muerte también en el balance de nuestra vida. Jesús con su vida, muerte y resurrección la venció y la venceremos unidos a Él, si nos dejamos transformar por el Espíritu Santo.

Nos recuerdan las hermosas lecturas de hoy *cómo Dios es el sembrador, quien, a través de su Palabra, nos regala vida para hacernos fructificar durante la vida terrena y para llevarnos hasta la eternidad. Dice el Señor: «Como bajan la lluvia y la nieve del cielo, y no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan al que come, así será mi palabra, que sale de mi boca: no volverá a mí vacía, sino que hará mi voluntad y cumplirá mi encargo.»

Recuperemos la dignidad de hijos de Dios que nos da Jesucristo, aceptando su Palabra que nos da vida y nos enfoca en lo verdaderamente trascendental, que es trabajar por el Reino de justicia, paz y amor con Dios en el centro, con obediencia a su voluntad que es el mayor bien para cada uno y para la humanidad. 

Si esa es nuestra meta, la vida da un vuelco; no nos conformamos con nuestras propias limitaciones, sino que buscamos nutrirnos de lo espiritual, de lo incorruptible, de lo que no acaba, sino que nos transforma; así, vivimos con gozo y cuando nos llegue la muerte, tengamos la esperanza que de este cuerpo débil, corruptible, mortal, pecador, lo podamos cambiar para vivir en un cuerpo celeste, incorruptible, eterno, santo.

Jesucristo, quien es la Palabra encarnada, nos relata hoy la parábola del sembrador. En ésta nos muestra que se requiere que seamos un terreno dócil, fértil, abierto a escuchar la Palabra y así vaya transformando nuestro corazón cerrado, de piedra, en un corazón dispuesto a dejarse fructificar por Él, meditándola, orando con ella, haciéndola vida y compartiéndola con los demás.

Jesucristo nos abre el camino al cielo. Él es la Palabra encarnada, dejémonos transformar por su amor, así venceremos al pecado propio, el mal del mundo y del enemigo y viviremos vidas libres y plenas de los hijos de Dios. María es bienaventurada porque escuchó la Palabra de Dios y la puso por obra. Permitámosle al Sembrador hacer su obra en nosotros. 

*Is55,10-11; Sal 64,10.11.12-13.14; Rom8,18-23; Mt 13 ,1-23

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