Hoy les escribo desde el corazón. Esta semana me estremecí cuando me enteré de que la querida Mami Ange y un sacerdote de 35 años habían fallecido por el virus. Nos hace caer en cuenta que el Covid está cerca.

Me pellizqué y me hice la pregunta: ¿estoy lista? ¿Y si me toca el turno? O a alguien cercano, ¿estamos listos? Entré un poco en pánico. Todos tenemos la esperanza de no contagiarnos y que ninguno de los nuestros lo hagan, pero la realidad es que cada vez es más factible, por mucho que nos cuidemos.

Necesitamos alistarnos para cualquiera de las posibilidades: Que nos mantengamos sanos y veamos cómo salimos adelante en las nuevas circunstancias con una actitud apropiada irradiando energía y entusiasmo; que nos enfermemos y seamos asintomáticos y nos cuidemos de no contagiar a nadie; que nos enfermemos de manera crónica o que nos toque pasar a la eternidad. Todo es factible. Tenemos que estar preparados para todo, incluso para nuestro encuentro con Dios, con nuestra conciencia, juicio, la vida eterna. 

La única perspectiva en la que todo puede ser para bien de nuestras almas es vista desde la fe, la esperanza y el amor. Si estamos con fe unidos a Dios, amándole intensamente, procurando abrirnos a su Espíritu Santo, sabemos que lo que nos suceda será lo más conveniente y favorable para nuestra alma y la de los demás. Que Dios permite que las cosas sucedan siempre por el bien de los que lo aman.

La esperanza de cielo es siempre un aliciente porque significa unión plena al amor de Dios. Jesús prometió que iría a prepararnos un camino, que en el cielo hay muchas habitaciones. “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni por mente humana han pasado las cosas que Dios ha preparado para los que lo aman” *.

El amor, es la plenitud de la vida. Nos hace vivir en el bien y despierta el agradecimiento a Dios por nuestra vida, por la familia, por el amor de los demás, por la naturaleza, por el testimonio de los santos y de nuestra Madre y porque Él mismo nos rescata entregando su vida en una cruz para vencer al pecado y a la muerte. Poniendo nuestra confianza en Jesús, ya no tenemos nada que temer.

Hoy nos dice la Palabra*: “Cristo, una vez resucitado de entre los muertos, ya no muere más;  ….y su vivir es un vivir para Dios… Lo mismo vosotros, consideraos muertos al pecado y vivos para Dios en Cristo Jesús”. Sólo Él tiene palabras de vida eterna.

La Virgen María nos anima a seguir a Jesús y nos viene diciendo desde hace 39 años en Medjugorje y desde otros lugares: “Regresen a Dios y a sus mandamientos para que el Espíritu Santo pueda cambiar sus vidas y la de la faz de la tierra… Oren…, ayunen, sean luz, sean alegría”.

Para alistarnos para la vida o la muerte, aprovechemos todo minuto de nuestra vida para amar a Dios y a los demás. Seremos juzgados en el amor.  Digamos desde el fondo del corazón: “Jesús, en Ti confío”.

*1 Co 2, 9; Rom 6, 9

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