“Dios ha confiado cada ser humano a todos y todos a cada ser humano”. San Juan Pablo II
La situación que hemos vivido en torno al virus Covid 19, nos muestra que estamos todos interrelacionados, que somos una sola humanidad. Existe una interconexión entre todas las personas, que lo que afecte a una, incide necesariamente sobre las demás, primero en los más cercanos y luego se va extendiendo sobre los otros.
Esa realidad también se vive en nuestra fe con respecto al pecado y a la gracia. El pecado de Adán y de nuestros demás antepasados dejó heridas en todos, y la vida, muerte y resurrección de Jesús nos trajo la gracia y la salvación a todos y se ha transmitido a través de su pueblo, la Iglesia. Todos incidimos en los demás con lo que hacemos o con lo que dejamos de hacer. Si permitimos que nuestras debilidades nos gobiernen, nos hacemos daño a nosotros mismos y a los demás; si nos abrimos a la gracia, podemos crecer en amor a Dios y a los demás. Cada obra noble nos engrandece como humanidad, cada pecado de acción o de omisión nos debilita y empobrece.
Los cristianos tenemos una tarea ineludible en estos momentos que han cambiado el curso normal de los acontecimientos y que van a traer tantos cambios para las condiciones materiales, emocionales y espirituales de la humanidad. Jesús nos invita a seguir sus huellas, abrazar la cruz con amor y permitir que su resurrección se haga vida en nosotros. Es tiempo de salir como humanidad con nuevas fuerzas para reinventarnos, para aprender lecciones de vida, para seguir trabajando con lo mejor de nosotros mismos, para reconstruirnos con Dios en el centro de nuestra existencia. Es tiempo de conversión.
Dios nos invita a la oración en espíritu y en verdad, es decir de corazón a corazón. Aceptando y entregándole nuestras realidades para que no nos desesperemos y construyamos entre todos un mundo nuevo, con más amor, conciencia y fraternidad. Todos tenemos muchos talentos para aportar lo mejor, unidos a la gracia de Dios.
En las lecturas de hoy Jesús se muestra como la luz del mundo, Aquel que quita la ceguera física y la espiritual. Quien nos enseña el camino de resurrección.
Nos dice en las lecturas de hoy* las claves para entrar en la luz de Cristo: “que nuestra conducta trate de encontrar lo que agrada al Señor, lo que produce una cosecha de bondad, de justicia y de sinceridad”. Dios ve el corazón de los hombres, no sus apariencias. Jesús nos pregunta como al ciego: ¿Crees en el hijo del hombre? Contestemos y postrémonos como él: “Creo Señor”.
Imploremos la Misericordia Divina y este mundo se sanará con los méritos de la sangre preciosa de Jesús, no solo de la pandemia viral sino de la espiritual y así, resucitaremos con Él.
*1 Sam 16, 1b.6-7.10-13a; Sal 22; Ef 5, 8-14; Jn 9, 1-41