En las lecturas de hoy, Jesús nos dice a sus discípulos que seamos luz con buenas obras y sal que condimente y de sabor a la vida de los demás. 

A veces no es fácil esta tarea, sobre todo cuando estamos enfrentando alguna situación en la que alguien cercano o nosotros mismos sufrimos alguna enfermedad peligrosa, alguna injusticia o cualquier situación dolorosa. En esos momentos necesitamos conectarnos con mayor fuerza a la luz de Cristo, buscarlo más en la oración, experimentarlo más en los sacramentos, para recargarnos de fe, esperanza y amor y poder ser vehículos del amor de Dios.

Cuando uno está en medio de la dificultad, uno no ve claro, es como si estuviera manejando oscuro y en medio de la lluvia, pero, por el contrario, al poner la confianza en Dios, se va despejando el cielo, se va aclarando para que podamos ver mejor, sabiendo que, aunque no sepamos el desenlace final de las cosas, Dios nos conduce a lo que más convenga al bien de todos. 

Francamente no sé cómo hacen quienes no tienen fe. La certeza que tenemos un Dios cercano, para quien todas nuestras circunstancias le son importantes, cuya voluntad es el mayor bien de nuestras almas, nos hace descansar en su confianza y poner todo de nuestra parte para solucionar los problemas, pero siempre con la tranquilidad que lo que suceda, en sus manos, siempre es la mejor opción. 

Todas las vivencias, por difíciles que sean, acompañadas por la fe en Dios y la certeza de su amor, son fuentes de aprendizaje y de crecimiento para nuestras almas, nos ayudan a ser mejores personas, a comprender más a los demás y a vivir con dimensión de eternidad. 

Dios nos dice en su palabra que le pidamos en oración por todas nuestras necesidades y que pensemos y actuemos como si ya hubiéramos conseguido lo que le estamos pidiendo, aceptando que los resultados son los que su voluntad determine.

Isaías nos dice que para que seamos luces requerimos de la caridad: “Así dice Dios: si das tu pan al hambriento y sacias el estómago del necesitado, surgirá tu luz en las tinieblas, tu oscuridad se volverá mediodía”. 

En las debilidades humanas, en las circunstancias difíciles, suceden los grandes milagros de la conversión de los corazones a Dios, de la capacidad de donación y generosidad de los seres queridos,  la solidaridad, el perdón y el amor, e incluso  el gran milagro de que las circunstancias se transformen totalmente, por ejemplo en una curación o en un desenlace especialmente favorable. Esos se convierten en bálsamos que permiten pasar las difíciles pruebas y avanzar con serenidad en el espíritu, mientras estamos cargando la cruz con amor, unidos a la cruz de Cristo. 

Conectémonos siempre con la luz poderosa de Jesús para que podamos ser luz y sal en cualquier circunstancia.

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *