Por instinto evitamos el dolor, en muchos casos es lo más natural y lo más sano: cuando tomamos buenas decisiones; cuando vivimos de manera positiva, con esperanza, alegría, proactividad y escogemos unirnos al amor de Dios, en cualquier reto que se nos presente; cuando evitamos cualquier mal y procuramos aliviar o sanar una situación dolorosa ajena o propia.
Hay momentos en la vida en que requerimos asumir las dificultades: las inevitables; las que surgen como consecuencia de hacer el bien, como por ejemplo: sacrificios por causas nobles (padres al cuidado de sus hijos, personas en trabajos difíciles); defensa de la verdad, la justicia, la seguridad, impedir actos o negocios ilícitos, arriesgando la vida propia (policías, militares, jueces); la defensa del bien y la verdad revelada por Jesucristo cuando genera desprecios, persecuciones y amenazas.
Hoy vemos a Jesús en las lecturas planteándonos paradojas: «El que quiera venirse conmigo, que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Si uno quiere salvar su vida, la perderá; pero el que la pierda por mí la encontrará”. Cuando Pedro le dijo que no tendría que padecer la cruz, Jesucristo le contestó: “¡aléjate de mí Satanás!”
Jesús es la antítesis de los politiqueros. Él no oculta que quien lo siga puede padecer sufrimientos ocasionados por quienes actúan mal, pero ofrece la seguridad que, con Él, vencemos el mal y conquistamos la vida eterna. Dios nos ama profundamente y no quiere que suframos, pero no desconoce el poder seductor y manipulador del mal quien se aprovecha del deseo del placer y el temor al dolor y a la muerte.
Cuando alguien sacrifica el bien por el placer o el temor, o le recomienda a otro, está cayendo en manos de Satanás. Necesitamos despertar porque nos hemos vuelto muy pasivos y temerosos en la defensa de los valores cristianos. San Pablo nos alerta: no os ajustéis a este mundo, sino transformaos por la renovación de la mente, para que sepáis discernir lo que es la voluntad de Dios, lo bueno, lo que le agrada, lo perfecto”.
A Jeremías a pesar del desprecio y la burla por anunciar a Dios, el amor de Dios lo impulsaba a darlo todo: “…era en mis entrañas fuego ardiente…”. Dios llena de amor a quienes abracen la cruz que se deriva de predicar su verdad con valentía. El mundo ha sido edificado por la vida de los santos, quienes trabajan por amor a Dios y con la confianza en la redención y la esperanza de la vida eterna.
María nos invita a que oremos desde el corazón. Nos ayuda a entender las paradojas del seguimiento a Dios, que la cruz y el amor caminan juntos, que no hay más amor que quien dio en la cruz su vida por nosotros. El amor con amor se paga, abracemos la cruz y sigámoslo.
*Jer 20,7-9; Sal 62,2.3-4.5-6.8-9; Rom 12,1-2; Mt16,21-27