El mundo de hoy ha permitido que se vayan arrinconando las creencias espirituales centradas en Dios y las hemos ido sacando de diferentes ámbitos, cuando ellas son las más importantes para gobernar nuestras vidas buscando bienes verdaderos y eternos y no distrayéndonos en miles de ideas, actividades, preocupaciones que no agregan verdadero valor y sentido a nuestras vidas y nos pueden llevar a desperdiciarla.
Las lecturas de hoy *nos muestran que Jesús es la puerta para tener vida abundante y entrar en la eternidad. Si lo retiramos de las diferentes instituciones de las que formamos parte, podemos tomar decisiones que sean contrarias al bien, la vida, la justicia, lo fundamental. Unidos a Él vencemos el mal, recuperamos la libertad frente al pecado, podemos volver todas nuestras actuaciones cotidianas como fuentes de crecimiento y desarrollo de nuestra alma, en el amor.
La política necesita de Dios, las instituciones educativas, las empresas, las comunidades. Al abrirle la puerta a Jesucristo las relaciones interpersonales se transforman en más armoniosas, más centradas en el servicio, con más capacidad de perdón mutuo. Se vive más la honestidad, la integridad y todos los valores humanos, construyendo realidades más coherentes con las aspiraciones eternas.
Restauremos nuestra vida centrándola en Jesús. Que nuestra familia lo tenga como el pilar fundamental. Que sea el mayor inspirador del trabajo para que lo realicemos con amor y por amor y construyamos con Él mejores realidades sociales. Que nuestras nuevas generaciones lo conozcan mediante los aprendizajes en la familia, en el colegio y la universidad, para que construyamos ciudades y países en donde reine la justicia, la honestidad, la paz y el amor.
Dejemos la pasividad que ha permitido que quienes tienen otros intereses diferentes al bien, que se dejan llevar solo por el materialismo, dominen la sociedad. También vemos que muchos niegan la autorización para asuntos relativos al cristianismo y a la libertad de cultos, pero cada vez abren más a otras filosofías materialistas o esotéricas.
Jesucristo es la puerta del cielo. Conozcámoslo mejor para amarlo y seguirlo. Él nos acompaña en el camino de la vida con su Espíritu Santo para llevarnos al Padre.
Oremos más, para relacionarnos mejor con Él; acudamos a los Sacramentos para que experimentemos su gracia; leamos más su Palabra para seguir sus caminos; unámonos a María y veámoslo reflejado en las personas que nos cruzamos para vivirlo en la vida cotidiana. Así, tendremos vidas más dignas, familias más unidas en el amor, trabajos más apasionantes, sociedades más justas, desarrolladas y en paz y vamos en camino hacia Dios.
*Hch2, 14ª.36-41; Sal 22; 1 Pe 2, 20-25; Jn 10, 1-10