“Nadie tiene más amor que quien da la vida por sus amigos”. Jn 15, 13
En la vida cotidiana hay grandes formas de amar: los padres que atienden con alegría a sus hijos, que se implican en su crecimiento, educación, formación integral y acompañan en las dificultades y en las alegrías, entregándose, sacrificándose en todo lo que sea necesario para el desarrollo y la mayor felicidad de todos los miembros de la familia; quienes realizan servicios por el bien común, dando lo mejor de ellos mismos, a veces incluso arriesgando la vida, la comodidad, la tranquilidad; quienes defienden a otros ante cualquier injusticia; personas que atienden con amor y cariño, incluso a desconocidos; quienes procuran trabajos sociales para mejorar la calidad de vida de otros; quienes defienden los principios y valores cristianos, garantes de los verdaderos derechos y deberes humanos.
La fuente del verdadero Amor es Dios y por tanto Él nos ofrece el amor más grande. Nos lo demostró a plenitud en su Hijo Jesucristo: comparte con nosotros nuestra humanidad; enseña el camino hacia la vida plena terrenal y hacia el cielo; sirve y atiende a todo el que lo necesita; ofrece su vida para redimirnos y salvarnos, perdonando nuestros pecados y dándonos vida eterna. Lo hace todo por amor para que seamos rescatados de la esclavitud del pecado, recibamos la gracia y podamos vivir como hijos de nuestro Padre Dios.
Él cambia nuestra muerte en vida, nuestro pecado en gracia, nuestra tristeza en alegría, nuestra desesperación en esperanza, nuestro egoísmo en amor, todo mal en bien.
Las lecturas de hoy * nos impulsan a vivir la Semana Santa reconociendo el gran amor de Dios por cada uno de nosotros y por la humanidad: Se queda en medio de nosotros mediante la Eucaristía, instaurada en la última cena; se ofrece como redención y salvación cuando es traicionado y entregado al sufrimiento y a la cruz como consecuencia de nuestro pecado; es reconocido como Hijo de Dios, reafirmándolo con su resurrección.
“Cristo, a pesar de su condición divina, no hizo alarde de su categoría de Dios: se rebajó hasta someterse incluso a la muerte, y una muerte de cruz… Así podremos afirmar que Jesucristo es Señor, para gloria de Dios Padre”.
Construiríamos un mundo lleno de alegría, justicia, libertad, paz y amor, si nos llenáramos del amor de Dios e irradiamos ese amor a los demás. Él, quien sigue en medio de nosotros en su Palabra, los sacramentos y en cada una de las realidades de la vida, convierte, restaura, transforma lo que no funciona y nos regala desde la cruz el mayor bien, la plenitud de felicidad eterna junto a Él.
¡Feliz y santa semana!
*Is 50,4-7); Sal 21,8-9.17-18a.19-20.23-24; Fil 2,6-11); Mat 26,14–27,66