Las lecturas de hoy* nos recuerdan que todo en esta vida está ordenado hacia un bien superior: la salvación de las almas y la participación en la resurrección que Cristo ganó para nosotros, para vivir eternamente en la felicidad plena, la cual se empieza a evidenciar desde la vida presente, si estamos en comunión con Dios, en medio de las realidades que enfrentemos, incluso en las dificultades y problemas.
La manera de vivir las realidades terrenas nos abre el camino hacia las eternas. En el trabajo, diversión, estudio, oración, descanso, uso de las redes, tiempo libre, en cualquier actividad, en la manera de vivir, compartir y administrar el tiempo, necesitamos actuar conforme a las leyes de Dios y a su voluntad en el bien, la verdad y el amor.
San Ignacio de Loyola dice respecto al fundamento de nuestra vida: “en todo amar y servir”; «el hombre ha sido creado para alabar, hacer reverencia y servir a Dios nuestro Señor».
Dios nos llama constantemente a la conversión. Cuando vivimos en medio de circunstancias difíciles, somos más conscientes de la precariedad de la vida terrena y nos motivamos a revisar nuestras conciencias de cara a Dios. Dice San Pablo: “Soportáis la prueba para vuestra corrección, porque Dios os trata como a hijos, pues ¿qué padre no corrige a sus hijos?… enderecen sus manos abatidas y sus rodillas debilitadas, dirijan sus pasos por caminos llanos para que el pie cojo en lugar de dislocarse, se cure”.
Requerimos estar alertas defendiendo los valores, la libertad, la justicia, la paz, la vida, la familia, todo lo que se desprende de las leyes de Dios. Necesitamos orar los unos por los otros, entender que mientras Dios nos llama a su presencia, nos está dando tiempo para la conversión y nuestra tarea es vivir y predicar el evangelio, trabajar con entusiasmo por la justicia, amar, orar y perdonar.
Las promesas de Dios nos llenan de esperanza; Isaías dice: “Esto dice el Señor: “Yo, conociendo sus obras y sus pensamientos, vendré para reunir las naciones de toda lengua; vendrán para ver mi gloria””. En el evangelio los discípulos viendo que el camino de la salvación no era fácil le preguntan a Jesús: “Señor, ¿son pocos los que se salvan?”. Él les dijo: “Esforzaos en entrar por la puerta estrecha”.
Hay vida eterna, lo sabemos gracias a la fe y la confianza en los testigos que pagaron con su sangre esta realidad, creemos en la resurrección de Jesucristo y en la vida bienaventurada de todos los que se han lavado sus pecados en su sangre preciosa, con conversión de los pecados y vida en la gracia de Dios. Todas nuestras tareas, metas, sueños y realizaciones valen la pena siempre y cuando nos acerquen más a Dios y nos hagan partícipes de su plan de salvación.
*Is 66,18-21; Sal 116, 1.2; Hb (12,5-7.11-13); Lc (13,22-30)