El misterio más maravilloso de Dios es que es una y tres personas a la vez, con la misma sustancia, sabiduría y amor. Dios es familia; unión de amor entre tres personas: el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo, la Santísima Trinidad. Dios nos hizo partícipes de su vida inmortal, dándonos la posibilidad gracias a Jesucristo, su Hijo amado, de participar como hijos adoptivos de tan amoroso Padre, por medio del Espíritu Santo, quien viene a nuestro corazón para iluminarnos con su Sabiduría y hacernos ir comprendiendo los misterios de Dios, si le abrimos el corazón y la mente a que actúe en nosotros.

Abrirnos a este misterio nos lleva a poner el amor, la verdad, la belleza, la unidad, el bien, la bondad y todos los valores como lo más importante porque nos identifican con Dios y, por el contrario, nos lleva a evitar todo lo que conduce al odio, desunión, mentira, fealdad, desintegración, vicios y caos porque es lo que más nos aleja de Dios.

Dios nos hizo partícipes de la intimidad de la Santísima Trinidad, en Cristo Jesús, y gracias a Él, podemos llamar Padre a Dios, y Él a su vez, nos llama hijos y nos hace participar de los dones del Espíritu Santo mediante la gracia.  En cada uno de los sacramentos de la iglesia se actualiza la inhabitación de la Santísima Trinidad en nuestra alma, empezando por el bautismo y se expresa en cada una de las realidades cotidianas que vivimos en los diferentes ámbitos de nuestra vida.

El misterio trinitario lo vivimos al interior nuestro, en nuestras familias y comunidades cuando se expresan condiciones que nos identifican con Dios.

Mientras vivamos en este mundo nuestra naturaleza humana, el demonio y la carne podrán inducirnos al pecado, mostrándonos como un aparente bien algún mal. Tenemos que elegir entre la vida de gracia o el pecado, es decir entre la unión con Dios y el sometimiento de nuestra libertad al mal. Si la Santísima Trinidad inhabita el alma, la persona vive el bien con integridad y coherencia entre lo que piensa, dice y hace, expresado en sus dimensiones: física, mental, socioemocional y espiritual, porque la gracia del Espíritu Santo ilumina la conciencia y sus dones nos ayudan a discernir correctamente, teniendo en cuenta tanto la dimensión humana como la sobrenatural.

También esto se ve reflejado en las diferentes comunidades en las que participamos empezando en la familia. Cuando el amor trinitario se refleja en una comunidad, se confluye hacia fines comunes, hacia el crecimiento y la unión de sus miembros, en la búsqueda del bien colectivo, impulsados por el amor a Dios, a los demás y a nosotros mismos.

¡Oh Trinidad de Amor, enséñanos a vivir en tu cielo, desde las realidades de la tierra!

*Prov 8, 22-31; Sal 8; Rom 5, 1-5; Jn 16, 12-15

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