Hoy que celebramos nuestras elecciones presidenciales, damos gracias a Dios por estar en un régimen democrático, y lo agradecemos participando activamente con nuestro voto, discerniendo entre los candidatos, sus propuestas, el compromiso con el país en honestidad, integridad, justicia y prosperidad para el mayor número de ciudadanos.

Esperamos que el próximo presidente lidere, con la ayuda de todos, la construcción de una mejor patria en la que haya más equidad y oportunidades para la gran mayoría, venciendo las situaciones de pobreza por las que pasan muchas familias, empujando al país hacia su desarrollo, con respeto a las instituciones democráticas, administrando con austeridad y propiciando el orden, el respeto y el entendimiento entre todos. Que fundamentado en principios y valores se focalice en los principales desafíos que tenemos como sociedad con calidad en la educación, salud, vivienda, vías y servicios básicos para la gran mayoría de la población, que ofrezca confianza para la inversión. El presidente, además, requiere que todos pongamos de nuestra parte, que desde nuestra cotidianidad aportemos para un mejor país.

Hoy celebramos en nuestra iglesia la ascensión de Jesucristo a los cielos, después de dejarse ver durante 40 días por sus discípulos y por muchos testigos, subió a los cielos, con la promesa de enviar el Espíritu Santo y enviándolos a predicar el evangelio.

Esa es nuestra meta, participar algún día con nuestro Señor en el cielo y para eso necesitamos abrirnos al Espíritu Santo y trabajar por construir un mundo de justicia, paz y amor, basados en el evangelio.

Necesitamos integrar nuestras metas humanas con las divinas y contribuir con nuestra participación en la construcción de condiciones más favorables para todos los ciudadanos. Que desde el lugar en el que nos encontremos en la sociedad, aportemos a esas realidades con la ayuda del Espíritu Santo quien nos trae paz, alegría, amor, dominio de sí, integridad, esperanza, abriéndonos a sus dones y comprendiendo que nuestro trabajo en la tierra tiene frutos eternos y que vale la pena trabajar con los pies en el suelo, pero la mirada en el cielo.

Nos dice San Pablo*: “Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre de la gloria, os dé Espíritu de sabiduría y revelación para conocerlo. Ilumine los ojos de vuestro corazón, para que comprendáis cuál es la esperanza a la que os llama, cuál la riqueza de gloria que da en herencia a los santos”.

Preparémonos abriendo el corazón para la gran fiesta el próximo domingo de Pentecostés para que el Espíritu Santo pueda derramar sus dones sobre nosotros y podamos llenar el mundo con el fuego de su amor.

*Hch 1,1-11; Sal 46; Ef 1,17-23; Lc 24,46-53

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