Ayer celebramos la fiesta en honor a San José consagrando nuestras familias a su custodia y, con todo lo que sucede en el mundo que atenta contra la vida, la familia y la paz, nos invita la iglesia a que unamos nuestras oraciones, ayunos, obras de misericordia y trabajos con el propósito que prevalezca la civilización del amor, que vino a instaurar Jesucristo, mediante la vivencia del amor a Dios, el respeto a sus leyes y el amor a los demás, como a nosotros mismos.
Dejémonos ayudar del cielo y pongamos todo de nuestra parte para construir realidades edificantes para nuestras vidas y de nuestra sociedad. Aspectos fundamentales están peligrando y no podemos estar inactivos frente a esas realidades.
El próximo 25 de marzo, fiesta de la Encarnación de Jesús en las entrañas de María, el papa Francisco hará una especial consagración de Rusia y Ucrania al Inmaculado Corazón de María, como lo pidió la Virgen en Fátima. Pidamos a Dios por el respeto a la vida, la defensa de la familia y la construcción de una paz duradera y estable para el mundo.
La historia humana se dividió en dos cuando María dio su asentimiento al plan de Dios, al igual que San José cuando aceptó las palabras del ángel: “José, hijo de David, no tengas reparo en llevarte a María, tu mujer, porque la criatura que hay en ella viene del Espíritu Santo. Dará a luz un hijo, y tú le pondrás por nombre Jesús, porque Él salvará a su pueblo de los pecados”.
Con esas mismas palabras y con la misma disposición de María y José tenemos que acoger la vida, necesitamos fortalecer los lazos familiares y acoger la paz que nos trae Jesús a todos los que lo reciben por medio del Espíritu Santo. Dios continúa su labor redentora en la humanidad. Cada niño es una promesa de vida en el Espíritu Santo, cada familia tiene que enfrentar sus retos unida a los planes de Dios, acogiendo su Palabra, viviendo los mandamientos, siendo un oasis en medio de este mundo tan complicado en el que vivimos y así construiremos la tan anhelada paz.
En las lecturas de hoy recordamos a Moisés y la manera como asumió los planes de Dios para él y para el Pueblo de Israel. San Pablo nos recuerda cómo, aunque todo el Pueblo fue testigo de las obras y prodigios de Dios, muchos fueron desobedientes a sus leyes. Nosotros también necesitamos estar atentos a las solicitudes que Dios nos hace para que fructifiquen nuestros talentos haciendo el bien a los demás, para que no seamos como las higueras que no dan fruto y tienen que cortar para que no ocupen el terreno de manera estéril, sino que, como nos invita el papa Francisco, sembremos muchas semillas de bien para que fructifiquen para beneficio de todos.
*Mt 1, 18-21; Ex 3, 1-8ª.13-15; Sal 102; Co 10, 1-6.10-12; Lc 13, 1-9