¡Muy feliz navidad! Que la plenitud de amor y de paz que vino a traernos Jesús, encuentre un pesebre digno en nuestros corazones para que podamos acogerla con fe, esperanza y gratitud como nos enseña de manera especial María, quien con la aceptación de los planes de Dios en su vida, fue el medio escogido para que habitara entre nosotros; ella glorificó a Dios con sencillez y humildad y sirvió a toda la humanidad permitiendo que nuestro Salvador, Redentor, el Consejero, el Príncipe de la Paz, el Cordero de Dios, el Buen Pastor, nos revelara al Padre misericordioso.
El evangelio*nos recuerda que el Verbo que existía con el Padre y el Espíritu Santo, se hizo hombre para nuestra salvación del pecado y de la muerte y hacernos partícipes de su vida gloriosa e inmortal. Vino como un sol que ilumina nuestras vidas para guiarnos a los caminos de la paz verdadera, aquella que empieza en el fondo de nuestras conciencias cuando unimos nuestras vidas a Dios y aceptamos sus enseñanzas como muestra de fe, gratitud y lealtad. Que perdemos cuando no vivimos en comunión con Él y ni de sus enseñanzas.
¿Qué más podemos querer? Todos los problemas que vivimos en el día a día se vuelven relativos frente a la grandeza a la que estamos llamados, a compartir la divinidad de nuestro Dios; no desperdiciemos el valioso regalo de su Espíritu Santo que es el que permite que reine en nuestros corazones y haga vida todas sus promesas expresadas en el Antiguo Testamento.
Estamos viviendo todos los misterios de gozo de la vida de Jesús, hoy, de manera especial, al recordar y revivir que todo un Dios decide hacerse hombre para rescatarnos de las manos del pecado y llevarnos con Él mediante su gracia. Que decidió acompañar a la humanidad desde la concepción virginal por medio del Espíritu Santo, vida en el vientre de su madre, infancia peligrosa por lo que tuvo que exiliarse, después de muchos años de trabajo sencillo junto a sus padres en el hogar de Nazaret, se entregó totalmente al servicio de la humanidad, ofreciéndonos innumerables enseñanzas, milagros y prodigios, hasta la entrega en la cruz, para vencer también a la muerte con su resurrección y hacernos partícipes de la mayor victoria que es la Vida Eterna.
Vivió las alegrías y tristezas, las experiencias y los peligros que enfrentamos los seres humanos, para santificarlo todo mediante su gracia y para que, lo que vivamos junto a Él, quede plenamente redimido.
Gracias y mil gracias a nuestro Dios Padre, Hijo Jesucristo, y Espíritu Santo, a sus padres terrenos María y José, que fueron medios idóneos para que Jesús habitara en medio de nosotros y nos trajera la plenitud de amor y paz a nuestras vidas y continúan intercediendo por nosotros.
*Is 52, 7-10; Sal 97; Hb 1, 1-6; Jn 1, 1-18