María es la Inmaculada Concepción. Ella, por los méritos de Jesucristo, por haber sido escogida como su madre, fue preservada desde su concepción del pecado original y se mantuvo toda la vida inmaculada, limpia de pecado, siempre llena del amor de Dios. Desde el Génesis, Dios expuso su plan de salvación, de que vencería al mal mediante la descendencia de una mujer: “Pondré enemistad entre tu y la mujer, entre tu descendencia y la de ella. La descendencia de la mujer te herirá en la cabeza, cuando tú la hieras en el talón”.
Que diferente sería el mundo si mantuviéramos al mal distante como María, si todos actuáramos desde el alma llena del amor de Dios.
María es la modelo sobre la cual podemos formarnos los cristianos para estar abiertos a que el Espíritu Santo nos moldee el alma y Cristo actúe en nosotros. Hoy podemos meditar en varias características de María expresadas en la Palabra de Dios para conocerla y dejarnos ayudar por ella.
Cuando el ángel saluda a María la llama: “llena de gracia, el Señor está contigo”. La primera invitación que ella nos hace es a vaciarnos de nosotros mismos, de ego, vanidad, soberbia, y llenarnos de la gracia de Dios para que el Señor esté con nosotros y su amor colme nuestras almas.
Ella le pregunta al ángel lo que no comprende y él le responde. Nos enseña que en oración podemos preguntarle cosas al Señor y Él nos contestará. Aunque la respuesta no es fácil de comprender, confía, la acepta y pone toda su alma a disposición y servicio de la Palabra de Dios, para que se cumpla en ella. El Señor en su Palabra siempre nos llama a la plena confianza en su voluntad, que siempre será lo más conveniente para nuestras almas. Así, Dios también podrá encarnarse en nosotros, habitarnos y manifestarse a los demás. Él siempre propicia el encuentro, la fraternidad, el amor mutuo.
Así como el Espíritu Santo descendió sobre María, hoy, puede descender sobre nosotros, si nuestra alma aprende a tener la disposición y la pureza que ella nos enseña, aprovechando los sacramentos que Jesús dejó a nuestra disposición para que, mediante ellos, Jesús actúe sobre nosotros y podamos conseguirlo. “Para Dios no hay nada imposible” nos recuerda el ángel, así que, aunque no lo merezcamos, Jesús nos busca ´para rescatarnos y llenarnos de Él, de su gracia y de su amor.
La oración nos permite llenar nuestra alma de Dios y luego con gratitud en el corazón podamos entregarle su amor a los demás. María cuando visita a su prima Isabel y ella le expresa que se siente honrada que la madre de su Señor la esté visitando, ella muestra su sencillez, humildad y gratitud, reconociendo la grandeza de Dios y su pequeñez: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi salvador”. Que tengamos siempre una actitud agradecida frente a Dios y así experimentemos el gozo de su actuación en nuestras vidas.
*Gen 3, 9-15.20; Sal 97; Ef 1, 3-6, 11-12; Lc 1, 26-38