Si tenemos fe en Dios, esperanza en sus promesas y vivimos en su amor, tenemos todas las razones para que aún en medio de las dificultades y problemas asumamos la vida con mucha alegría. Saber que el Amor de Dios nos acompaña es la mayor fuente de felicidad y plenitud.

Las lecturas de hoy* nos recuerdan algunos de los motivos de nuestra alegría: Jesucristo, la Palabra eterna de Dios se hizo hombre y habitó entre nosotros, vino a rescatarnos de las garras de la maldad del pecado, para llevarnos con Él a la vida de la gracia y así compartamos la dicha del cielo en unión a Él. Nos dice: “Griten de alegría… el Señor ha salvado a su pueblo”; nos hace hijos del Padre eterno volviéndose el camino para regresarnos a Él y nos repite al oído: “Tú eres mi Hijo, yo te he engendrado hoy”.

Vivíamos en la oscuridad, quienes más conocían la Palabra de Dios la habían dejado solo como un manual de instrucciones, siguiendo algunas normas externas, sin dejarse transformar el corazón, perdiéndose de lo más grande que nos revela Cristo: su gran amor y misericordia.

Hoy podemos orar como el ciego Bartimeo cuando estemos perdidos sobre cuál camino tomar: «Jesús, hijo de David, ten piedad de mí» para que cuando Jesús nos pregunte: “¿Qué quieres que haga por ti?”, le pidamos que podamos ver con la luz de la fe el camino que nos señala para nuestra salvación, en el que nos pide que estemos con él y lo sigamos de cerca para tener su luz, su paz, su amor, su alegría y todos los demás frutos que ofrece si nos dejamos guiar por su Espíritu Santo. Le contestó Bartimeo: “Maestro, que pueda ver”. Jesús le dijo: “Vete; tu fe te ha salvado”. Al momento recobró la vista y comenzó a seguirlo por el camino.

Que diferente sería nuestra realidad interior, la familiar, la comunitaria, si recuperáramos la vista interior para ver las cosas según las plantea la fe, según nos lo ha revelado Jesucristo, estaríamos entregando nuestra vida con más amor y dedicación para construir el reino de Dios y su justicia, con la certeza que todo lo demás es añadidura. Repitamos el salmo que dice: “Alégrense el corazón los que buscan al Señor”.

De la mano de María, la más feliz y bienaventurada por estar llena de la gracia de Dios, dispongámonos a ser más felices abriéndonos a las realidades a las que Dios nos invita. Leamos la nueva encíclica del Papa Francisco: “Dilexit nos”; es sobre el amor humano y divino del corazón de Jesucristo, quien nos amó y nos sigue amando, entregando su vida entera por nosotros, para hacernos resucitar con Él. “Gracias a Él hemos conocido el amor que Dios nos tiene y hemos creído en ese amor”.

*Jer 31, 7-9; Sal 125; Hb 5, 1-6; Mc 10, 46-52; Sal 104; 1 Jn 4, 16

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