Nuestra salud depende en buena medida de nuestro alimento. La salud física de lo que comemos, la mental de lo que leemos y vemos, la socioemocional de los sentimientos y emociones que alimentamos y la espiritual de todas las anteriores y de lo que nutrimos el alma, de los valores que cultivamos en el carácter, de las relaciones con Dios y los demás y de la manera como alimentamos la fe, la esperanza y el amor.
Existe un pan que integra todo lo que necesitamos en todos los órdenes, porque nos nutre de eternidad, de amor, de sentido y unidad de vida, de motivación, de unión a los demás, ese pan es Jesucristo vivo y resucitado, quien se quedó con nosotros en la Eucaristía y en su Palabra.
Oremos por quienes no comprenden, por los que se burlan, o cometen sacrilegios frente este gran regalo de Dios, su presencia viva entre nosotros como alimento celestial. Si vivimos por fuera de las leyes de Dios y no aprovechamos esa excelsa oportunidad para nuestra felicidad, plenitud y eternidad que significa vivir en comunión de amor con Dios y los demás, Dios siempre nos llama al arrepentimiento, al cambio de vida y a volver a Él.
En las lecturas de hoy* vemos cómo Dios le da a su pueblo maná del cielo y propició una manada de codornices para que se alimentaran mientras iban de camino en el desierto y luego les dio el alimento de sus mandamientos para que sus acciones fueran buenas.
San Pablo nos anima a: “despojarnos del hombre viejo corrompido por apetencias seductoras y de su anterior modo de vida; renovaos en la mente y en el espíritu y revestíos de la nueva condición humana creada a imagen de Dios: justicia y santidad verdaderas”.
En el evangelio Jesús, después de la multiplicación de los panes, al cruzar a la otra orilla y ver que la gente le seguía les dice que no lo busquen solo por los signos que realiza, sino que lo hagan por el alimento que perdura para la vida eterna, el que Él mismo nos da. Ellos le preguntaron: “¿Qué tenemos que hacer para realizar las obras de Dios?” Y Jesús respondió: “La obra que Dios quiere es que creáis en el que Él ha enviado”.
Creamos que Jesucristo es el Pan de Vida, vayamos a visitarlo, adorarlo, a encontrarnos con nuestra esencia llamada a la eternidad con Dios; el nutre nuestra alma, transforma nuestro corazón y nuestra mente, para purificar nuestras intenciones, pensamientos, deseos, actuaciones y realicemos todo para la mayor gloria de Dios. Él nos comparte su vida a través de Jesucristo, entregado por nosotros en la cruz, molido por nuestros pecados y transformado en alimento para nosotros.
Jesús es el pan de vida, el pan de amor. Acudamos a Él, para bendecirlo, adorarlo y nutrirnos de Él mediante los sacramentos que siguen presentes en su Iglesia.
*Ex 16, 2-4.12-15; Sal 77; Ef 4, 1-7.20-24; Jn 6, 24-35