Cada vez el mundo se mueve más por apariencias. Estamos más pendientes de lo externo, lo que supuestamente brilla, sin ver cuáles son las intenciones del corazón, ni los verdaderos efectos de las actuaciones y si dejan o no huellas positivas en la vida propia y ajena, que trasciendan a la eternidad con Dios.
Es necesario cultivar la vida interior, la relación con Dios para conocer su voluntad, la general para todos viviendo por amor sus leyes y las de su Iglesia y las particulares para nuestras vidas para que nos salvemos y lleguemos al conocimiento de la verdad y seamos instrumentos del bien para los demás. En todo, como dice San Ignacio de Loyola: amar y servir y escoger lo que de mayor gloria a Dios.
Las lecturas de hoy nos muestran que las apariencias no son lo más importante, que lo importante es el ser y el hacer de las personas, lo que se cultiva en el interior, las intenciones del corazón, el trabajo edificante que se hace por amor a Dios y a los demás.
Así lo demuestra el profeta Ezequiel*, quien le habla al pueblo invitándolo a la conversión y alertándolo sobre las consecuencias de sus actuaciones, pero no es escuchado sino perseguido. San Pablo nos cuenta de una dificultad que lo mortifica, sin embargo, Dios le dice: “te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad”. Ambos actúan para servir a Dios, son personas débiles, con sus propios defectos, pero la gracia de Dios actuando a través de ellos logra que realicen cosas importantes para llevar la acción de Dios al mundo.
Jesucristo, la única persona que ha estado libre totalmente de debilidades y pecados, perfecto hombre y Dios, Él mismo escogió nacer en la sencillez, con privaciones, en medio de una familia de artesanos trabajadores. Quiso pasar como uno más en medio de los suyos. Cuando empezó a manifestar las obras de Dios de manera pública, a muchos les costaba reconocer su grandeza, no tenían fe, aunque veían las obras de sus manos, incluso, lo persiguen y mandan a matar.
El escoge para quedarse en comunión con nosotros el alimento más sencillo: el pan consagrado en la Eucaristía. Muchas de sus enseñanzas encierran grandes paradojas que requieren ser profundizadas para valorarlas. Por ejemplo, las bienaventuranzas y todas las paradojas del Reino de los cielos, que parecen poco atractivas para el mundo, pero encierran las promesas de mayor felicidad y plenitud.
No vivamos de apariencias, cultivemos nuestros corazones para que estén llenos del amor a Dios y actuemos con gratitud y entusiasmo por aportar a un mundo donde reine Nuestro Señor en todos los ámbitos de la vida cotidiana.
*Ez 2, 2-5; Sal 122; Cor 12, 7b-10; Mc 6, 1-6