Estamos aterrados, con toda razón, de lo que estamos cosechando en nuestra vida social, la corrupción invade todos los estamentos, vivimos en medio de la violencia, la descomposición social, los negocios ilícitos, la vulgaridad, la desconfianza porque incluso se corrompen quienes tienen a cargo velar por la justicia, la honestidad, el cumplimiento de las leyes. .. Si queremos cosechar algo diferente, tendremos que revisar la siembra.
Jesucristo vino a restaurar al ser humano para que se liberara de la corrupción y actuara con rectitud de intención, respetando lo ajeno, amando a Dios, a los demás y a sí mismo, trabajando con valentía y optimismo por un mundo de justicia, paz y amor.
“Sólo Dios es bueno”, nos enseñó Jesús. Él nos invita a no juzgarnos unos a otros. Ante el misterio de la libertad, toda persona está expuesta a dejarse tentar por los engaños del mal, que se esconden en las necesidades humanas con muchos disfraces, presentando ilusiones de felicidad en el tener, en el placer y en el poder, y poco a poco, puede ir penetrando en los pensamientos, intenciones, sentimientos y acciones, llevando a autojustificar acciones contrarias a las leyes de Dios, lo que termina deteriorándolo como persona.
Ayuda mucho el amor, las enseñanzas y el testimonio de vida que se reciben en el hogar, en la escuela, en la iglesia y los buenos hábitos, virtudes y valores cultivados desde pequeños. Sin embargo, necesitamos estar con la conciencia despierta, atenta, en contacto con nuestra esencia espiritual y dejándonos iluminar por el Espíritu de Dios, quien nos muestra que la felicidad verdadera sólo está en el bien, la integridad, la justicia, la verdad, el amor.
Las lecturas de hoy* nos invitan a combatir la esclavitud de la corrupción desde el interior del ser humano y conquistar la libertad de los hijos de Dios. Si recibimos, acogemos, meditamos y hacemos vida, la semilla de la Palabra de Dios, podremos cultivar frutos para Dios. Jesús nos llama a ser tierra fértil para dejarnos nutrir por su Palabra y producir mucho fruto. A través del profeta nos dice: “La palabra que sale de mi boca: no volverá a mí sin resultado, sino que hará mi voluntad y cumplirá su misión”.
Aceptemos que la lluvia de la gracia penetre en nuestras almas, al permitirle a Dios plantar la semilla de su Palabra del bien y del amor en nuestros corazones, para que cosechemos maravillosas realidades terrenas y eternas, con la ayuda del Espíritu Santo.
Hoy también recordamos a María, la Virgen del Carmen, quien al aceptar la voluntad de Dios en su vida, sigue produciendo frutos abundantes para Dios, ratificando que se cosecha lo que se siembra.
*Is 55, 10-11; Sal 64; Rm 8, 18-23; Mt 13, 1-23