Entrega de amor
Cada vez que alguien hace un acto heroico a favor de otro, nos admiramos y celebramos, muy especialmente si esa persona realiza esa acción con amor y por amor. El Amor encarnado, la Palabra de Dios, Jesucristo, el Hijo de Dios, realizó el acto más grande y maravilloso del mundo que dividió la historia de la humanidad en dos. Entregó su vida por amor a nosotros, para que nosotros recuperáramos la nuestra. La humanidad estaba derrotada y muerta por el pecado y resucitó con Jesús a una vida nueva y eterna.
Jesús se la pasó haciendo el bien, enseñando el camino hacia Dios, curando, sanando, liberando a personas sometidas por el mal, devolviendo la fe y la esperanza a muchos y perdonando a quienes lo crucificaban y a nosotros cuando lo traicionamos mediante el pecado.
Él cargó nuestros pecados sobre sus hombros y recibió los embates más fuertes del enemigo de Dios a través de todos los momentos y circunstancias de la crucifixión, el juicio injusto de sus hermanos judíos y del gobierno opresor del momento, el abandono de la mayoría de sus amigos, discípulos y seguidores, la violencia de quienes lo maltrataban, la burla, el desprecio, la negación, el tumulto en su contra, el doloroso proceso de la crucifixión y saber de antemano cuánta gente no iba a aprovechar la gracia que obtenía para nosotros por seguir esclavos del pecado.
Como si fuera poco, es tanto su amor, que se mantiene entre nosotros, con su cuerpo, alma y divinidad, bajo las especies de pan y vino, para transformarse en alimento que nos ponga en comunión de amor con la Santísima Trinidad y poder habitar en nuestro interior e irnos transformando para llevarnos con Él a experimentar la gloria de la resurrección.
¡Cuánto amor nos tiene Dios! ¡Cuánta paciencia! ¡Tantos detalles que nos enamoran e inflaman nuestras almas!
Vivamos una muy bendecida Semana Santa, participando del Triduo Pascual. Dejemos que nos penetren los misterios de Dios, de su Santa Eucaristía, de su Pasión y Muerte, del Sábado Santo en el que, con esperanza y en unión a la Iglesia, vivimos el triunfo de Jesucristo sobre la muerte y el pecado y disfrutemos con Él de la gloria de la resurrección en toda la octava de Pascua.
Cuando, ante el dolor y las circunstancias difíciles, oremos a Jesús: “¿Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?”, sepamos con absoluta confianza que Él está con nosotros, ayudándonos a soportar las cruces de la vida. Que podamos, con gozo en el alma, celebrar la vida y todas sus enseñanzas que nos regala para que vivamos vidas plenas y felices, aprovechando cada momento de nuestra vida para recibir su Infinito Amor.
¡Digamos con gozo en pascua: ¡aleluya! por esa entrega de Amor de Dios y la alegría de vivir con Él!
Is 50,4-7; Sal 21; Fil 2, 6-11; Lc 22, 14-23, 56.