Nuestros países han sufrido profundamente a causa de la violencia, las injusticias y la falta de oportunidades. Más allá de soluciones externas, estos problemas nos llaman a una transformación interior, basada en la conversión personal y la misericordia, para que juntos podamos contribuir a su superación.
Si actuáramos reconociendo nuestras faltas, aquello que transgrede las leyes naturales y divinas, lo que no está en armonía con el amor entre todos, y nos convirtiéramos de corazón, actuando con misericordia, podríamos alcanzar una verdadera reconciliación con los demás. De este modo, lograríamos una felicidad más plena y una paz auténtica, tanto interior como con los demás.
Dios nos ha mostrado, a través de Su Palabra y de Su Hijo Jesucristo, que siempre actúa con misericordia y nos llama constantemente a la conversión. A lo largo de la historia sagrada, hemos visto la fidelidad de Dios a Su alianza con la humanidad y, al mismo tiempo, la ingratitud y desobediencia del hombre ante Su generosidad.
Si meditamos en la parábola del hijo pródigo*, podemos reflexionar sobre su actitud, así como la del hermano celoso y la del Padre Misericordioso. Estas representan diferentes posturas que podemos asumir en nuestra vida. Con frecuencia, desaprovechamos la gracia de Dios al desobedecer Sus enseñanzas. Pero si nos arrepentimos, Él nos recibe con amor y nos llena de la alegría del perdón. Al ver esto en otros, podemos reaccionar como el hermano celoso, que, pese a estar con el Padre, no valoraba Su presencia ni quería compartirla, dejándose llevar por la envidia.
Como el hijo pródigo, reconozcamos ante Dios nuestros pecados: “Padre, he pecado contra el cielo y contra ti; ya no soy digno de ser llamado hijo tuyo”. Dios nos devolverá nuestra dignidad de hijos y mandará celebrar una fiesta en nuestro honor: “Porque este hijo mío estaba muerto y ha vuelto a la vida; estaba perdido y ha sido encontrado”. No seamos como el hermano celoso y que nuestra conversión no se limite a una relación individual con Dios, sino que nos lleve a compartirla con alegría y atraer a otros hacia Él.
Dios nos llama a la felicidad desde esta vida, y la mejor manera de alcanzarla es vivir en comunión de amor con Él y los demás. Él siempre nos invita a la conversión con corazón arrepentido y nos colma de bienes. Nos invita a recibir Su perdón en el sacramento de la confesión, y muchas veces desaprovechamos esa gracia maravillosa.
Dios nos llama constantemente a regresar a casa, a renovar nuestra historia de amor con Él, para que juntos construyamos un mundo más justo y misericordioso, lleno de Su amor.
* Lc 15, 1-3. 11-32