Buscamos la felicidad, pero muchas veces la buscamos en el lugar equivocado. En Dios y con Dios encontramos la verdadera felicidad, permitámosle ser el rey de nuestras vidas.

Celebremos permanentemente a Jesucristo como rey del universo y estemos abiertos a su reino en nuestros corazones, familias y comunidades. Él vino para liberarnos de la esclavitud del pecado y a regalarnos el don de ser hijos de Dios, para que experimentemos su amor y su gracia y edifiquemos nuestra vida y la del mundo desde la libertad, la verdad, el amor y la paz, aspirando a la felicidad en la tierra y en el cielo.

Ya conocemos los resultados cuando pretendemos construir un mundo sin Dios, los estamos viviendo, cuando hemos pretendido sacarlo del corazón, de las familias, de los colegios, de la vida en sociedad; esto nos ha llevado al pecado, a la deshumanización expresada en la mentira, el poder desenfrenado, la violencia, guerras, desesperanzas, divisiones, dolor, injusticias, corrupción y muchos otros males.

Comprender que somos seres trascendentes, creados por Dios para amarlo y amarnos entre nosotros, nos refuerza nuestra identidad. Sin ese referente y sin esa relación nos perdemos de nuestra esencia.

El reino que Dios nos propone a través de su Hijo Jesucristo es diferente a los de la tierra: Mi Reino no es de este mundo… Tú lo dices: soy rey. Yo para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la verdad. Todo el que es de la verdad, escucha mi voz” *.

Para vivir en el reinado de Cristo requerimos abrirnos a la fe, dejarnos amar y transformar el corazón por Él, sabernos sus hijos y confiar en Él desde el fondo del alma, experimentar una relación activa y frecuente con Él en la oración, mediante sus sacramentos, aceptar y vivir sus mandamientos, involucrarnos en acciones concretas que Él nos inspira en cada uno de los ámbitos de nuestra vida.

Su reino se edifica desde el corazón y se irradia hacia afuera, transformando todas las realidades. Vivir con Cristo como rey es un acto de libertad interior, es defender la verdad, es vivir en el amor, la paz y la justicia. Es defender lo que es íntegro, puro, noble, digno, lo que nos identifica con Dios. Es permitir que reine en nuestra mente, para que sus leyes y enseñanzas nos permeen y las hagamos vida. Es dejarlo reinar en nuestra voluntad discerniendo todo con Él, con confianza que, si Él lo quiere o lo permite, siempre es por nuestro bien y el de nuestra alma.

Cristo rey del universo nos ama personalmente, nos perdona, sana nuestras heridas, nos guía, nos da la fuerza para trabajar desde el amor por un mundo más fraterno mientras vamos de camino hacia su reino eterno. Con Él, respetamos la libertad y el orden, valoramos la vida y la dignidad humana, protegemos a la familia, buscamos el desarrollo, la justicia y la paz.

*Dn 7, 13-14; Sal 92; Ap 1, 5-8; Jn 18, 33b-37        

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *