Las virtudes son hábitos positivos que edifican nuestro carácter. Las sobrenaturales están infusas en el alma y nos abrimos a cultivarlas desde el bautismo. Las humanas las vamos fortaleciendo con la repetición de acciones relacionadas con ellas que se van integrando a nuestra manera de ser y de actuar. La vivencia de las sobrenaturales depende de la apertura a la fe, a la esperanza y a la caridad. Las alimentamos con actos de piedad, conociendo más a Dios, relacionándonos activamente con Él en la oración, los sacramentos y viéndolo reflejado en el prójimo.
Las virtudes humanas adquieren mayor sentido si se viven en unión a la gracia de Dios. Dicen hoy las lecturas*: “Supliqué y me fue dada la prudencia, invoqué y vino a mí el espíritu de sabiduría”. Jesucristo nos señaló el camino y el Espíritu Santo sigue trabajando en nuestros corazones si estamos abiertos a la gracia desde nuestra libertad.
Para mejorar en las virtudes requerimos de ambas cosas: abrirnos a la acción del Espíritu Santo y, al mismo tiempo, poner nuestra atención y constancia en los hábitos cotidianos. Necesitamos a Dios para purificar nuestras intenciones, deseos, pensamientos, palabras y obras. Solo Dios puede salvarnos: “¿Quién podrá salvarse? Jesús les dijo: «Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo». Las Sagradas Escrituras nos ayudan: “La palabra de Dios es viva y eficaz, más tajante que espada de doble filo; penetra hasta el punto donde se dividen alma y espíritu, coyunturas y tuétanos; juzga los deseos e intenciones del corazón”. Nos ayuda a tomar conciencia frente a Dios sobre el estado de nuestra alma y nos anima a trabajar para fortalecernos.
De las virtudes cardinales: la prudencia, la fortaleza, la templanza y la justicia se desprenden todas las virtudes humanas. La prudencia nos lleva a tomar mejores decisiones guiados por el bien, la fortaleza a luchar por fines nobles y soportar las vicisitudes y dificultades del camino, la templanza a ordenar y armonizar nuestras tendencias instintivas y lo que administramos manejarlo en los límites apropiados y la justicia nos lleva a dar a cada cual lo que le corresponde. El amor como virtud sobrenatural las comprende a todas y las supera y se expresa amando a Dios sobre todas las cosas, al prójimo y a uno mismo.
Nuestra tarea como cristianos es la de irnos configurando con Cristo, permitir la acción del Espíritu Santo en nuestras almas y trabajar iluminados por su gracia en fortalecer el carácter con los hábitos positivos relacionados con las virtudes en la vida cotidiana, en medio de nuestras realidades. Esto nos haría mejores personas y nos daría el verdadero sentido de nuestra existencia.
*Sab 7,7; Hb 4, 12-13; Lc 18, 26-27