El 2 de octubre del año 1928, San Josemaría Escrivá fundó el Opus Dei, Obra de Dios. Esta Obra invita a buscar la santidad en medio de las realidades cotidianas, en la familia, en el trabajo, en la sociedad, enlazando las enseñanzas de Jesús, la oración, la vida sacramental y la vida cotidiana.
San Josemaría un día tomando conciencia de ese gran don de ser “hijo de Dios”, con gran regocijo y gratitud en el corazón, se sintió inspirado a realizar este llamado a la santidad universal en medio de las realidades ordinarias.
Esto nos lleva a meditar que Jesucristo sigue vivo y resucitado y continúa transformando nuestras vidas: “Estaré con ustedes hasta el final de los tiempos”. Aprovechemos su presencia buscándolo en los sacramentos, en su Palabra, mediante la oración y llevándolo a la vida cotidiana para que la familia experimente la presencia de Dios, el trabajo se llene de sentido sobrenatural y la sociedad se vaya transformando desde dentro, empezando por nosotros mismos.
Cristo vive en las realidades del mundo, sufre con quienes sufren, se regocija con quienes tienen paz y gozo en el corazón por estar llenos del Espíritu Santo. Quiere motivarnos a que llevemos su presencia a todos los rincones de la sociedad para construir un mundo más justo y en paz y para hacernos partícipes de la eternidad. Él sigue predicando, salvándonos, vivificándonos. Es Él mismo quien actúa, si alguien lo hace en su nombre.
En las lecturas de hoy* dice Moisés: ¡Ojalá todo el pueblo del Señor recibiera el espíritu del Señor y profetizara! El Salmo nos dice que los mandamientos de Dios son rectos, justos y alegran el corazón y son la carta de navegación para estar unidos a Dios. Santiago nos invita a la justicia, a no dejarnos cautivar por el dinero mal habido y en el evangelio vemos a Los discípulos echando demonios en el nombre de Jesús.
Jesús sigue actuando por medio de los sacramentos de la Iglesia; surgieron del costado abierto de Jesús, de su Sagrado Corazón, de su infinito amor expresado en la cruz, entregando toda su vida, su sangre, su alma y su divinidad para cristificarnos a nosotros mediante la acción del Espíritu Santo.
Mediante cada uno de los sacramentos, Cristo sigue regalándonos los frutos de su redención, nos purifica, nos sana, nos unge, nos libera del mal. Nos invita a recibirlo en comunión con la Santísima Trinidad, cuando recibimos su propio cuerpo, sangre, alma y divinidad.
Aprovechemos todos estos dones para tener las luces y la sabiduría de Dios en nosotros y así podernos ir santificando en medio de la cotidianidad. Si dejamos a Jesús actuar en nosotros, Él cambiará el mundo utilizando nuestras manos, palabras y obras.
*Nm 11, 25-29; Sal 18; Sant 5, 1-6; Mc 9, 38-43.45. 47-48