La meta más grande a la que podemos aspirar es el cielo. Eso implica irnos santificando en la vida cotidiana, influir positivamente en la vida de los demás y poder compartir la vida en comunión de amor con Dios y los demás. Tener limpio el corazón para poder contemplar a Dios y vivir siempre en una vida de plenitud, paz y amor, compartiendo la naturaleza divina con la Santísima Trinidad. Lograr eso por nuestros propios medios es imposible, por nosotros mismos podemos quedar obnubilados con metas más próximas que nos pueden llevar en contravía del plan de amor eterno de Dios.

Jesús vino a hacerse camino para que, siguiéndolo a Él, con la ayuda de su gracia, mediante la acción del Espíritu Santo, pudiéramos lograr la meta máxima. Cuando los discípulos fueron conociendo más la naturaleza divina, la capacidad de milagros, el dominio sobre la naturaleza, el poder sanador, se iban fascinando con seguirlo. Pedro contestando la pregunta de Jesús: ¿quién dicen ustedes que soy yo? Afirmó: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo”. * Sin embargo, cuando Jesús les cuenta que Él va a entregar su vida por amor, que será llevado a la cruz injustamente, allí Pedro no comprende y dejándose guiar por el maligno lo increpa diciendo que Él no puede tener esa experiencia de dolor.

Nos queda difícil comprender que cualquier logro implica sacrificios, entrega, renuncias, el camino al cielo con mayor razón. La ventaja es que mientras vamos de camino, Dios nos va haciendo mejores personas por la ayuda de su gracia y unidos a Cristo podemos alcanzar la gloria eterna.

Jesús nos dice una paradoja que es necesario meditar y reflexionar porque es el secreto más profundo de su propuesta: “El que quiera venir conmigo, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga. Pues el que quiera salvar su vida, la perderá; pero el que pierda su vida por mí y por el Evangelio, la salvará”. *

Los grandes valientes de nuestra historia, los santos, han sido los grandes transformadores de la civilización. Agarrados de la cruz de Cristo, le entregan la vida a Dios y por amor a Él y a la humanidad se entregan en el servicio desinteresado a los demás, cambiando estructuras de pecado e injusticia. Estos días celebramos a nuestro querido San Pedro Claver, quien, gracias a vivir con ese guion de vida propuesto por Jesucristo, pudo servir y defender a  los esclavos de su época y dejar una gran lección sobre la dignidad de todo ser humano.

Los momentos difíciles de nuestra historia nos llaman a metas grandes, a entregarnos por amor unidos a la cruz de Cristo, ser sus instrumentos en la conquista de la paz, del amor, de la fraternidad y trabajar para que más almas lleguen a la meta final del cielo eterno con Dios.

*Is 50, 5-9; Sal 114; Sant 2, 14-18; Mc 8, 27-35

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