Cómo sería de diferente la situación personal, familiar y mundial si nos impregnáramos del amor de Dios. Decía San Francisco de Asís que el problema está en que el AMOR no es amado.

Para llenarnos del amor de Dios requerimos que fructifiquen las virtudes sobrenaturales de la fe, la esperanza y la caridad. Dios es AMOR. Sólo Él puede llenar nuestro corazón. Dice San Agustín: “Nos hiciste Señor para ti, mi alma solo descansa cuando reposa en ti”.

El amor es la fuerza más poderosa que impulsa al ser humano a buscar el bien y a dar lo mejor de si mismo. Una persona llena de amor vive procurando superarse cada día con entusiasmo, entrega, alegría, creciendo en las virtudes y valores y cultivando armonía y paz. 

Lo que hacemos con amor y por amor a Dios queda mejor realizado, prospera, fructifica positivamente tanto en quien lo ofrece como en quien lo recibe y se va esparciendo como una onda positiva creciente hacia los demás.

Dios nos hizo a su imagen y semejanza y en Jesucristo comparte nuestra naturaleza humana para hacernos participar de su naturaleza divina. En Jesús, y en su relación con el Padre y el Espíritu Santo, podemos conocer las características internas y las manifestaciones de Dios sobre la humanidad, quien nos ha revelado a través de su Palabra que su voluntad es que vivamos una vida de plenitud y felicidad junto a Él.

Si el ser humano comete pecado, se distancia de Dios por su propia libertad y por eso necesitamos evitar toda ofensa o pedir perdón y corregirla. Perder la vida de gracia es perder la unión de comunión que tenemos a través del Espíritu Santo con Dios Padre, gracia que podemos recuperar mediante los sacramentos, como fruto de la muerte y resurrección de Jesucristo por nosotros.

Dios nos da a través de Jesucristo el mejor manual de funcionamiento para que nos preservemos de caer o nos recuperemos de la esclavitud a la que nos somete el pecado y para que nos mantengamos como ramas del árbol, unidos plenamente a Él, recibiendo la savia de su perdón y su amor.

A veces somos obstinados o cerrados y queremos determinar nuestras actuaciones por fuera de las leyes de Dios y no caemos en cuenta que nos perdemos del don más precioso que es la gracia que nos permite vivir plenamente en esta vida y prepararnos para el encuentro definitivo con Dios.

Hoy* nos recuerda el Salmo que el Señor es nuestro pastor, y con Él, nada nos falta. Nos dice Jeremías que él es un rey prudente que gobierna con justicia y derecho la tierra. El evangelio nos muestra cómo Jesús es nuestro maestro quien nos enseña los secretos de la vida plena.

Que el AMOR sea amado y llenos del amor de Dios, seamos felices y efectivos comunicando ese amor a los demás.

*Jer, 23,1-6; Sal 22; Ef 2, 13-18; Mc 6, 30-34

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