Qué maravilla cuando nos encontramos en los caminos de la vida con personas que tienen serenidad e irradian paz, con las que viven con optimismo y esperanza y brindan alegría y con las que nos perdonan cuando nos equivocamos.
Mucha más felicidad cuando nos abrimos a recibir esos dones de Dios porque llegan a lo más profundo del alma y producen un gozo y plenitud que perduran siempre que estemos en armonía con Él y nos permiten pregustar algo de las alegrías eternas.
Las lecturas hoy*nos animan a recibir de Dios sus dones de perdón, paz y alegría. Experimentando el regocijo de la resurrección, recordamos que Jesucristo entregó su vida por amor a nosotros, para que, junto a Él, podamos reparar los pecados y obtengamos la paz en el alma que se produce al arrepentirnos y convertirnos a Él. Juan nos dice que, si lo conocemos a Él, como consecuencia guardamos sus mandamientos y experimentamos el amor de Dios en su plenitud.
Me encanta que en esta época pascual retomamos a los Hechos de los apóstoles y recordamos cómo eran esas comunidades iniciales de cristianos: eran echadas hacia adelante, compartían mutuamente, enfrentaban con valor las dificultades y persecuciones porque habían testificado la resurrección, conocían plenamente el gran amor de Dios que nos da la vida, para experimentar el gozo en esta vida y, unidos a Él, aspirar a los bienes superiores.
Jesús sigue actuando como en esos primeros tiempos a través de muchas personas que lo siguen con fidelidad y a través de los Sacramentos de la Iglesia en los que su presencia es real, efectiva, sin limitaciones de tiempo y espacio; mediante ellos, puede llegar a todos y sanarnos interiormente y unirnos como comunidad, darnos luces para el camino con su Palabra, darnos fortaleza, coraje y energía para enfrentar las persecuciones y vicisitudes de la vida.
Nos dice el papa Francisco que Dios no se cansa de perdonarnos y ofrecernos sus dones, somos nosotros quienes no le pedimos perdón ni aprovechamos sus valiosos regalos.
Jesús en las manifestaciones que tiene como resucitado dice: “La paz sea con ustedes”; “no tengan miedo”, “arrepiéntanse y conviértanse para que se les perdonen los pecados”; “lo reconocían al partir el pan”. Igual lo vivimos cuando acudimos a la confesión arrepentidos, cuando partimos el pan de la Eucaristía o compartimos con amor con los necesitados y cuando vivimos todos los sacramentos y en armonía con los demás. Cada vez que en la vida cotidiana experimentamos alegría, gozo, paz, bondad, y todas las virtudes, el Espíritu Santo está actuando a través de las personas o circunstancias. Todo lo bueno y pleno proviene del amor de Dios.
Hch 3, 13-15. 17-19; Sal 4, 2.4.7.9; 1 Jn 2, 1- 5ª; Lc 24, 35-48