Me duele profundamente que en nuestra humanidad estén sucediendo situaciones graves que algunos aplauden y que requieren acciones correctivas urgentes.

Hoy me quiero referir a algo que toca mi sensibilidad como mujer y es que otras mujeres, supuestamente defendiéndonos, apoyen y promuevan leyes permisivas al aborto y puedan creer que eso nos favorece como personas y como mujeres, cuando es algo que denigra de nuestra humanidad y perjudica no solo al niño por nacer sino también a su madre. Estamos constituidas para ser madres, protectoras, agentes de civilización, de ternura, de caridad, de amor. Todo bebé es una bendición. Ni los más salvajes animales matan a sus crías.

Estoy aterrada que un país como Francia, cuna de muchos santos, país pionero de la libertad, haya puesto en la constitución: “la libertad garantizada de acceso al aborto”, por encima del principal derecho de todo ser humano a la vida. El bebé no es una extensión de nuestro cuerpo, es otro ser humano.

Me solidarizo con las mujeres cuando viven injusticias, abusos, violencias, inequidades, abandonos, tenemos que rodearlas, apoyarlas, propiciar leyes que impidan esas situaciones y generar otras que las cuiden y protejan. Soy consciente que muchas veces no cuentan con las mismas garantías para su desarrollo y proyección. Estamos llamadas a participar activamente en la construcción de una mejor sociedad, desde nuestra esencia, aportando nuestros talentos, virtudes y valores.

Nuestro papel no se trata de competir contra el hombre, ni permitirle abusos o faltas de responsabilidad frente a la mujer y a la paternidad. Se trata de valorar el gran don y privilegio que Dios nos dio de dotarnos física, espiritual y psicológicamente para albergar en nuestro vientre al bebé, rodeándolo de amor y cuidado. Si contamos con circunstancias muy adversas, en últimas se puede dar en adopción.   

Busquemos las causas de lo que vivimos en la sociedad y trabajemos por corregirlas. El desorden personal, familiar y social, el culto al placer, el manejo irresponsable de la sexualidad, la falta de educación para el amor, el compromiso, la acogida y educación de los hijos, la falta de espiritualidad.

 Ruego a Dios que nos ayude a reflexionar y a vivir sus leyes de amor. Que Jesús nos enseñe, en comunión de amor con Él, a ser fieles a Dios, con entrega, sacrificio, bondad. Que acojamos su perdón, su misericordia y permitamos que nos recree con su Espíritu Santo para que seamos capaces de construir la civilización del amor, la justicia, la paz y la verdadera libertad que solo se da en el bien.

Que estemos abiertos a su promesa: “Voy a poner mi ley en lo más profundo de sus mentes y voy a grabarla en sus corazones. Yo seré su Dios y ellos serán mi pueblo” Jer 31, 31-34

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