No sé si a ustedes les pasa, pero a mí, cuando las cosas están bien difíciles, cuando se ha perdido toda esperanza, en cualquier situación de la vida real o de películas, y las cosas se mejoran, allí es donde empiezo a llorar, pero de alegría.
Después de acompañar a Jesús en el duro camino de la injusticia contra Él, de su entrega en la pasión y muerte en la cruz, qué júbilo, qué gozo se experimenta al verlo retornar con vida, resucitado, para hacernos a ti y a mi partícipes de su vida inmortal, de su cielo eterno, donde no hay ni pena ni dolor sino felicidad y plenitud total porque todos los que allí habitan han decidido dejarse lavar sus pecados por la sangre redentora de Cristo, han decidido seguir su camino y practicar el bien, la justicia y la paz y viven en plenitud de amor y comprensión mutua.
Cuánto necesitamos resucitar con Él a una vida nueva. A veces somos más muertos mientras estamos en vida, cuando vivimos sumergidos en las cosas de la vida olvidando las espirituales y eternas, cuando vivimos agobiados por situaciones, cuando dejamos que las preocupaciones nos roben la paz, cuando vivimos en el pecado. Busquemos los bienes de arriba para gozar la gloria con Él.
Aprovechemos este tiempo maravilloso de gracia, en que Jesús nos expresa su Divina Misericordia y con tanto amor y paciencia nos invita a confesar arrepentidos nuestros pecados, para liberarnos, para que recuperemos la libertad, para que tomemos conciencia del gran amor que Dios nos tiene, cuando nos invita a ser sus hijos queridos, en su Hijo Jesús, a que resucitemos con Él y nos dediquemos a construir su reino de justicia, paz y amor.
Vivamos a plenitud la resurrección de Cristo. Los cristianos somos vencedores si aprovechamos la gracia que nos regala el resucitado a través de su presencia real en los sacramentos, si nutridos con ellos nos esforzamos por irradiarlo en la vida de los demás.
El mundo nos necesita. El mundanal ruido, la búsqueda del placer excesivo, de la comodidad, la violencia, la avaricia, lujuria, y demás pecados nos tienen embotados. Necesitamos despertar, darnos cuenta lo maravillosa que es la vida si la vivimos a plenitud de comunión y unión con Dios y los demás y trabajamos unidos por edificar un mundo mejor.
Pidamos a Dios que seamos como los discípulos que creyeron y por eso vieron maravillas en sus vidas, comprendieron las Escrituras: “Él había de resucitar de entre los muertos”. Nuestra historia no acaba con la muerte, somos llamados a la vida eterna de amor y plenitud.
“Este es el día que actuó el Señor, sea nuestra alegría y nuestro gozo”; ¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza! ¡Felices Pascuas!
*Hech10, 34a.37-43; Sal 117; Col 3,1-4; Juan 20,1-9