En medio de nuestras circunstancias cotidianas, nos preparamos para recibir a Jesús en la Navidad con alegría, esperanza y espíritu de conversión. Dios en forma de niño enternece hasta los corazones más duros, si lo acogemos desde nuestra alma.
El viernes celebramos la Inmaculada Concepción de María. María tuvo el privilegio divino de ser preservada de la mancha del pecado como beneficio anticipado de la redención que nos da nuestro Dios a través de su Hijo Jesucristo. Ella se mantuvo llena de la gracia de Dios, como expresa el ángel Gabriel al visitarla. Nosotros gozamos también de ese privilegio desde nuestro bautismo porque se nos aplican los méritos ganados por Jesucristo, los perdemos cuando pecamos y podemos recuperarlos con la ayuda de los sacramentos.
Este tiempo de adviento que es de preparación para la Navidad nos invita a revisar lo que sea pecado en nuestra vida para que nos arrepintamos, nos confesemos y podamos disfrutar de la venida de Jesús con corazones de niños, experimentando el gozo por esa realidad tan especial.
Es tiempo que inspira a buscar la paz, curar las heridas, hacer el bien a los demás, si permitimos que la gracia que nos trajo Jesús penetre en el corazón y no se quede solo en celebraciones superficiales y consumismo excesivo. Es un tesoro muy grande el que nos trae este recién nacido, no lo dejemos pasar, nos trae la sabiduría de Dios y todos sus dones, mediante su Santo Espíritu.
Es tiempo para meditar sobre todas las actuaciones que podemos cambiar para construir un mundo de justicia, paz y amor. Buscar ser más solidarios, apoyar más el desarrollo de todos, aprovechar nuestros dones y talentos para hacerlos rendir en la construcción del reino de Dios.
Esperar a Jesús, demanda preparación y acción de nuestra parte, sobre todo en aquello que nos haga mejores personas y nos permita abrir el corazón a la fe para ofrecerle morada cuando Jesús toque nuestra puerta, para que nuestros corazones sean los pesebres en los cuales pueda nacer.
Jesús nos dice hoy por labios de Isaías: “Consolad a mi pueblo…Se revelará la gloria del Señor, y la verán todos los hombres juntos” …dice Juan el Bautista: “Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo”.
Nos dice San Pedro: “Nosotros, confiados en la promesa del Señor, esperamos un cielo y una tierra nuevos en que habite la justicia. Por tanto, queridos hermanos, mientras esperáis estos acontecimientos, procurad que Dios os encuentre en paz con él, inmaculados e irreprochables.
¡Ven Señor Jesús!, eres el remedio para nuestro corazón y para nuestro mundo. ¡Ven Señor a las almas que esperan tu amor!
*Is 40,1-5.9-11; Sal 84,9ab-10.11-12.13-14; 2Pe 3, 8-14; Mc 1,1-8