¡Cuánto nos duelen los actos de injusticia! Es increíble que alguien se crea con el derecho de hacerle daño a otro ser humano, robarle o matarlo; que tristeza que haya tantos cuyas vidas son perjudicadas o truncadas por otras personas. En la película el Sonido de la libertad pudimos ver que hay personas que abusan incluso de menores de edad de manera despiadada y degradante.
Es necesario reconocernos como parte de los problemas e involucrarnos en sus soluciones; saber que en diferentes grados todos somos injustos por acción u omisión y requerimos aprender a construir una sociedad mejor con oportunidades de desarrollo para todos en los ámbitos físico, mental, emocional y espiritual. Necesitamos trabajar por instaurar los valores humanos y cristianos involucrándonos con todas nuestras fuerzas en las posibles soluciones y avances desde nuestro radio de acción.
Las lecturas de hoy* nos reflejan la justicia y la misericordia de Dios; Él quiere que “todos se salven y lleguen al conocimiento de la verdad” y nos busca incansablemente en las diferentes situaciones de nuestra vida y nos ofrece la oportunidad a que con humildad nos arrepintamos y transformemos nuestra existencia con la ayuda de su gracia: “Cuando el pecador se arrepiente del mal que hizo y practica la rectitud y la justicia, él mismo salva su vida. Si recapacita y se aparta de los delitos cometidos, ciertamente vivirá y no morirá”’.
Jesucristo nos dio ejemplo de infinita misericordia porque con humildad no se aferró a su condición divina, sino que quiso compartir su vida con nosotros, aceptando nuestra mayor injusticia, su muerte en la cruz, para transformarla en fuente de nuestra redención y salvación.
San Pablo nos invita a tener los mismos sentimientos de Cristo Jesús, poniéndonos todos en la sintonía del amor, trabajando por las metas en común, como una sola alma, sin rivalidades ni presunciones. Acordarnos que Él nos trata con justicia, con ternura y misericordia siempre invitándonos al bien y a llenarnos el corazón con su bondad, para que, al estar colmados por Él, tengamos más que ofrecer a los demás.
Esta vida adquiere más sentido desde la justicia y la misericordia. Van unidas ambas. No podemos pensar que no importa no ser justos porque contamos con la misericordia de Dios. Dios también ama a nuestro hermano que está siendo víctima de la injusticia y no la quiere para él. Es arrepentirnos para ser perdonados de nuestras faltas, ser más condescendientes con las de los demás y contribuir en la construcción de un mundo de justicia en nuestra área de influencia. Además, a medida que ejercemos más la justicia y la misericordia, nos abrimos más a la justicia y a la misericordia de Dios.
*Ez 18, 25-28; Fil 2, 1-11; Mt 21, 28-32