El perdón es un tema clave para vivir con serenidad interior, tranquilidad de conciencia, libertad en el corazón y poder amar; por el contrario, los resentimientos, las enemistades, las rencillas, los deseos de venganza ensucian la mente y el corazón, hacen daño físico, espiritual, mental y emocional y pueden inspirar malas acciones.
Analizando el tema desde quien ha recibido la ofensa, es necesario liberarse de los malos sentimientos hacia quien ofendió, no alimentar el odio ni la animadversión, seguir viendo a la persona como necesitada de experimentar el amor de Dios, orar por su alma y hacerle siempre el bien a pesar de todo. No es fácil, para eso requerimos de la gracia de Dios, reconocer que hemos sido perdonados por Dios, para, con un corazón agradecido, tengamos también la voluntad de perdonar.
Desde el punto del agresor, es importante pedir perdón a Dios y si está al alcance, al prójimo que se ofendió, tomando conciencia del mal realizado con arrepentimiento y dolor de corazón, esto lleva a querer cambiar y procurar enmendar. Requerimos estar despiertos analizando la conciencia para detectar cuando estamos ofendiendo a Dios y a otros y así busquemos disfrutar de la vida de la gracia.
He conocido personas que, aun sufriendo flagelos tan duros como el secuestro u otros males, deciden no llenar los corazones de rabia ni rencor, incluso incluyen en sus oraciones a los que les hacen daño, comprendiendo, gracias a nuestra fe, que quien se deja llevar por las malas acciones es el más infeliz de los seres humanos porque es esclavo del maligno y si no se arrepiente lo seguirá siendo hasta la eternidad.
Por eso nuestra iglesia, en nombre de Jesús, quien entregó su vida en la cruz para rescatarnos, nos perdona mediante el gran tesoro del sacramento de la reconciliación, porque si nos acercamos con un corazón contrito y arrepentido, nos libera de la esclavitud del pecado y nos abre la puerta a la libertad de los hijos de Dios.
El orgullo, la soberbia, los apegos al mal nos impiden ver nuestras almas en su verdadero estado y podemos escoger ser esclavos por bienes aparentes de corto plazo y negarnos a recibir la gracia que nos ofrece Dios a través de sus sacramentos, no aprovechando los regalos de su misericordia. “Bendice alma mía al Señor y no olvides tus beneficios. Él perdona todas tus culpas y cura todas tus enfermedades; él rescata tu vida de la fosa y te colma de gracia y de ternura”.
Hoy Jesús nos dice que el perdón es necesario siempre, cuando San Pedro le pregunta: “Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces le tengo que perdonar? ¿Hasta siete veces?” Jesús le contesta: “No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete”.
*Ecl 27,33–28,9; Sal 102,1-2.3-4.9-10.11-12R/; Rom 14,7-9; Mt 18,21-35