Es una de las virtudes más importantes para un creyente. Ayuda a reconocernos necesitados de Dios para salvarnos, nos abre a la redención que ganó Jesucristo para nosotros y al Espíritu Santo para que repare nuestra alma y podamos ir conformando nuestra voluntad a la de Dios.
Si las realizaciones, los logros de las metas, los éxitos, nos llevan a desconocer que los talentos, dones y carismas son regalos de Dios para que los desarrollemos, los hagamos fructificar, sirvamos a los demás y le demos gloria a Dios, no nos sirven de nada, más bien nos perjudican, porque para el bien de nuestra alma necesitamos de Dios. Él nos hace crecer en el amor fuente y culmen de todas las virtudes. La humildad nos ayuda a vernos con relación a Dios quiénes somos realmente, criaturas con muchas posibilidades de perdernos en el camino, necesitados de la permanente comunión con Él, para no dejarnos vencer por nuestras tendencias, por las influencias del mundo y por el maligno y, por el contrario, podamos vivir en la libertad de ser sus hijos y lograr la plenitud y felicidad terrena y eterna.
La Virgen María quien fue escogida para tan encomiable tarea de ser la madre de Dios, después que su prima Isabel expresara la emoción por recibir la visita de la “madre de su Señor”, ella responde: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios, mi salvador; porque ha mirado la humildad de su esclava…desde ahora me felicitarán todas las generaciones porque el Poderoso ha hecho obras grandes en mi”…
Lo que resalta como más valioso es su humildad, con la certeza que todo es don de Dios. Al reconocerlo puede exultar de gozo, porque la mayor fuente de felicidad es sabernos amados por Dios, confiados en su cercanía y Providencia.
Todas las lecturas de hoy* resaltan esta virtud. Jesús, fue quien más la vivió, porque siendo de condición divina, se anonadó a sí mismo tomando la condición de siervo y permitiendo incluso ser llevado a la cruz por amor a nosotros. Le da gracias al Padre por haber escogido a los humildes para revelarles los secretos del Reino de los Cielos: “Te doy gracias, Padre, … porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a la gente sencilla…Cargad con mi yugo y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis vuestro descanso”.
Pidámosle al Espíritu Santo esta virtud y seamos conscientes que cuando nuestra fe en Dios disminuye nos dejamos invadir por la soberbia y el orgullo, los vicios más peligrosos, porque para recibir el perdón y la misericordia de Dios requerimos de un corazón contrito y humillado que reconozca sus errores y pecados y los lleve a los pies de Jesucristo para que, a través de los sacramentos, recibamos la gracia que nos regresa a Él.
*Zac 9,9-10; Sal 144; Rm 8, 9.11-13; Mt 11, 25-30