“Solo haciendo el bien se puede ser feliz”. Sócrates

Vivimos persiguiendo la felicidad. Es el fin de nuestras vidas. Fuimos creados para ella. A veces la procuramos por caminos equivocados que nos distraen del verdadero bien.

Jesucristo nos muestra que Él es la fuente de la felicidad porque nos lleva a Dios, ayudándonos a crecer en santidad para participar con Él del gozo eterno. Nos enseña a disfrutar la vida de familia, la amistad, la naturaleza, el trabajo por el bien de los demás y nos acompaña a enfrentar con valentía los pecados internos o los que nos propone el mundo en contravía de la ley del amor. Él nos invita a trabajar por un mundo de justicia, paz y amor, en medio de las realidades cotidianas. Para experimentar a Cristo en nuestras vidas requerimos:

1.Conocerlo, tratarlo y amarlo. Nadie ama a quien no conoce y no trata. Nos ayuda la oración, la Palabra de Dios, el testimonio de los santos, frecuentar los sacramentos; lo experimentamos amándonos, perdonándonos, recibiendo su luz, salvación y comunión de amor.

2. Ir creciendo en santidad, que Dios habite cada día más en nosotros. Que su voluntad se exprese en nuestros actos. Permitir la ayuda de la gracia porque es el Espíritu Santo quien nos va puliendo las intenciones, pensamientos, sentimientos y acciones.

3. Disfrutar las cosas hermosas de la vida y abrazar las cruces como medios de crecimiento y madurez cristiana ofrecidos a Dios y las que implique obedecer, defender a Jesucristo y a sus enseñanzas en medio de un mundo que muchas veces está en contravía y se deja seducir del maligno.  

Las lecturas de hoy* nos muestran la felicidad que experimentaron Pedro, Juan y Santiago en la Transfiguración de Jesús, viéndolo con su cuerpo glorioso, y junto a Él, a Moisés y a Elías. Los apóstoles querían permanecer allí, por el gozo profundo que sentían, sin embargo, Jesús los hizo bajar para enfrentar la cruz, mediante la cual se cumplía el plan de redención para luego resucitar y ser el camino para llevarnos con Él. Dijo una voz desde el cielo: “Este es mi hijo a quien amo, en quien me complazco, escuchadle”.

Esa paz, ese gozo, ese ardor en el corazón se experimentan frente al Santísimo, al profundizar las Sagradas Escrituras, al comulgar y en todos los momentos en que estamos abiertos al Espíritu Santo;  quisiéramos quedarnos allí, pero Dios nos impulsa a enfrentar nuestras dificultades y a seguir con valentía y entusiasmo defendiéndolo, haciéndolo conocer  y trabajando por su mundo mejor, hasta el día que nos llame a su presencia donde ya no habrá ni penas ni dolor, sino puro amor y gozo eterno junto a Él, la Virgen María y todos los santos.

*Gen 12,1-4ª; Sal 32,4-5.18-19.20.22; Tim 1,8b-10; Mat17,1-9

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