En un mundo en el que reina la desconfianza y el egoísmo, en el que cada uno quiere estar solo en lo suyo, incluso ofendiéndonos unos a otros, hasta llegar a la violencia y la guerra, Jesús nos anima a ser sensibles ante las necesidades de los demás, a ser desprendidos, a ofrecer nuestros talentos y posibilidades, para servir y contribuir con los que necesiten techo, comida, atención, sanación, oportunidades de desarrollo. Él nos pide también que no calumniemos, ni juzguemos, ni señalemos a nadie. En recompensa, nos hace más cercanos a Él y escucha nuestras oraciones.
Es necesario que encontremos los puentes entre nuestra fe en Dios y prácticas de piedad con nuestra vida cotidiana: Dios nos quiere partícipes de las grandes transformaciones que requiere la sociedad. Con Dios y sus enseñanzas en nuestro interior, trabajemos con amor por los cambios en las realidades que no estén marchando bien.
Las lecturas de hoy*nos llaman a la generosidad y a ser la sal y la luz del mundo para que, si hacemos buenas obras, la gente glorifique a nuestro Padre Dios en el cielo.
Uno se maravilla cómo hay personas que viven en función de atender y servir a los demás, sin recibir mayores recompensas terrenales y viven felices, agradecidos, inspirados por el amor a Dios. Han entendido la gran enseñanza de Jesús: “Hay más felicidad en dar que en recibir” *, Él lo testimonió entregándose totalmente a nosotros para que alcanzáramos la salvación y viviéramos eternamente felices. Dice el Salmo: “Brilla en las tinieblas como una luz, el que es justo, clemente y compasivo”.
A veces queremos que se den los cambios en la sociedad por generación espontánea, pero Dios organizó las cosas de tal forma, en las que el ser humano necesita involucrarse para su progreso y desarrollo. El cambio empieza por nuestro interior y luego, requerimos poner manos a la obra para propiciar esos cambios integrándonos con los demás, para que entre todos y con la ayuda de Dios, vayamos actuando en el mundo concreto de nuestras familias, trabajo y sociedad.
El hecho de que Dios nos haya creado a su imagen y semejanza se concreta en la medida en que amamos y participamos en el trabajo por un mundo mejor con mayor justicia, paz y amor, dando lo mejor de nosotros mismos al servicio de los demás.
Jesús es nuestro camino, verdad y vida para que no vayamos como ciegos, sino que, con su luz y en comunión con Él, vayamos transformando la sociedad y seamos la sal porque ponemos el condimento de los dones del Espíritu Santo a todas las realidades.
Pidámosle a Dios que nos llene de su amor y sabiduría para que seamos instrumentos útiles en la conversión y transformación del mundo, empezando por nuestro metro cuadrado.
*Hch 20, 35; Is 58, 7-10; Sal 112; 1 Co 2, 1-5; Mt 5, 13-16